César Antonio Estrada

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Hace unos días apareció en La Hora, en la sección Jóvenes por la transparencia el artículo “Guatemala, país de la eterna espera” (https://lahora.gt/opinion/por-la-transparencia/2024/08/15/guatemala-pais-de-la-eterna-espera/) de Ingrid de la Paz O. en que, entre otras cosas, nos dice “Para miles de jóvenes en Guatemala la educación no es la puerta de entrada a un mejor porvenir, sino un camino incierto. Si bien muchos completan sus estudios, la falta de empleo formal y bien remunerado sigue siendo un desafío insuperable (…)”, lo cual trae a la mente el papel y la responsabilidad del sistema educativo y, en particular, de las universidades en esta sentida problemática.

Aparte de la pública Universidad de San Carlos, en Guatemala hay catorce universidades privadas (y otra que acaba de ser autorizada legalmente y está pendiente de entrar en funcionamiento). Todas tratan de atraer estudiantes a cursar las más variopintas carreras con el atractivo de obtener ciertamente mejores y lucrativos empleos que les abrirán las puertas del éxito en este competitivo, tecnificado y globalizado mundo. Para esto, en su mayoría despliegan vistosa publicidad donde aparecen jóvenes (mujeres y hombres) bien parecidos, vestidos a la moda, alegres y entusiasmados en las aulas, laboratorios y jardines académicos por el prometedor futuro que les espera al estudiar en las susodichas universidades, a las cuales, después de todo, les conviene que aumenten sus ingresos por las cuotas estudiantiles: Poderoso caballero es don Dinero, dijo Quevedo.  (A propósito, la Usac, sin necesidad ya que sus fondos están asegurados por el Estado, también, a su manera, ha entrado en esta irreflexiva competencia por ganarse a los jóvenes).

Ahora bien, ¿qué tienen que ver las universidades en esta ilusión que se hace la juventud por ascender socialmente al dedicar su tiempo y esfuerzo a obtener un título de profesional liberal?, ¿no es, acaso, la más notoria aunque no la principal función de ellas la formación de profesionales? Ciertamente, el adiestramiento serio y riguroso de los estudiantes en la profesión elegida es obligación de cualquier universidad decente, pero no es suficiente: para orientarlos en sus decisiones, se debe dar a conocer a los alumnos cómo es realmente el mercado laboral de las distintas profesiones, especialmente de aquellas prácticamente saturadas, de las excesivamente especializadas, de las que tienen como campo las ciencias básicas o teóricas que deberán enfrentarse con el inmediatismo de un ambiente utilitarista que sólo considera la rentabilidad, y no digamos de las novedosas o a la moda que son ofrecidas para atraer estudiantes como, por ejemplo, licenciatura en ciencias militareslicenciatura en food business and marketing y otras (véase el sitio del Consejo de la Enseñanza privada superior, ceps.edu.gt).

Dadas las precarias condiciones económicas y sociales del país, de su economía cerrada, excluyente y controlada por poderes a la postre económicos que impiden su dinamismo, y donde el mérito personal debe competir con prácticas corrompidas e impunes, las universidades, además de brindar una buena cualificación profesional, deben tratar, investigar y discutir esta problemática social con sus estudiantes. Más allá de la ganancia, una profesión entraña un espíritu de servicio, y se debe conocer el medio en que se van a desarrollar, sus riesgos, limitaciones y oportunidades.

La labor educativa, cultural y científica de la universidad no puede ser reducida al adiestramiento de los estudiantes con miras a obtener un título que les permita ejercer una profesión liberal. Hay que ser serios, estudiar y formarse bien, sí, pero deben conocerse las condiciones sociales, políticas y económicas de nuestro país, y las universidades no pueden desentenderse de este deber hacia la sociedad que las alberga y las posibilita como instituciones de educación superior.

En medio de todas las vicisitudes nacionales, conviene estar atentos a lo que hacen las universidades, a lo que de veras persiguen, de modo que coadyuven a que el país de la eterna espera empiece a hacerse realidad para nuestras nuevas generaciones.

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