César Antonio Estrada M.
En un sentido lato, lo político surge en un grupo, de las relaciones de unas personas con otras, de necesidades comunes y soluciones diversas o contrapuestas, de deseos y quizá temores compartidos. Esto es natural y consustancial al ser humano, y se observa en el campo, en las ciudades, en los lugares de trabajo, de recreación, de convivencia y –¿cómo habrían de ser excepción?– en las instituciones educativas, particularmente en las universidades.
Por múltiples causas, en la Universidad de San Carlos se llegó al punto en que ya no hay comunidad, es decir, los universitarios no están vinculados por nexos, características, intereses o anhelos comunes. ¿Cómo puede ser esto –podría preguntarse– después de la decidida, digna y nacionalista trayectoria política de décadas pasadas? Pues sí, ha podido ser. Las tácticas contrainsurgentes y terroristas del Estado al servicio de la clase dominante, las inauditas acciones de violencia contra la Institución durante la guerra civil, el escepticismo, el individualismo y la indiferencia social promovidos por la maquinaria ideológica neoliberal, el relativismo posmoderno que paraliza y diluye la acción, la corrupción generalizada que aqueja a tantas instituciones e individuos, todo esto ha dejado su impronta. En realidad, la anomia se impuso. Menciono la violencia desplegada contra la Universidad del Estado guatemalteco porque en la época de los años setenta y ochenta fue mermada en sus posibilidades de desarrollo toda una generación de intelectuales que hoy conduciría el Alma Máter por rumbos bien diferentes hacia los intereses del país.
Una manifestación de lo anterior es que la comunidad universitaria es inerte, tiene una inercia prácticamente insuperable –una enorme masa que requiere una ingente fuerza para cambiar su movimiento, se diría en Física– y ni siquiera las continuas denuncias de los graves males de la Institución la conmueven. Sólo cuando la normalidad de lo mediocre y rutinario se rompe por algún suceso fuera de lo común como cuando las instalaciones son tomadas por algún grupo que protesta, los profesores, estudiantes o trabajadores dicen algo, comentan o piensan sobre su situación. Este «entusiasmo», activismo y súbito interés de los que no se meten en nada, de quienes sólo atienden sus actividades particulares sin ver más allá, se extingue tan pronto como las mañosas autoridades logran con mil ardides sofocar las demandas de los inconformes. Maravillosamente, es decir, admirablemente, al día siguiente todo vuelve a la rutina de siempre y «aquí no ha pasado nada», o como se decía antes, “machete, estate en tu vaina”. Será cuestión de esperar a que, luego de un tiempo más o menos largo, otro evento anormal, otro escándalo, agite nuevamente las aguas.
Luego del encarcelamiento del rector hace ocho meses, detenido por serias acusaciones de la Fiscalía Especial contra la Impunidad, (FECI), en el caso Comisiones Paralelas 2020, y después de cuatro rectores interinos, las reflexiones anteriores vinieron a mi mente al pensar que la historia se repite pues las elecciones del nuevo rector se efectuarán otra vez dentro de un sistema electoral desnaturalizado, centralista, excluyente y antidemocrático que deja sin voz ni voto a una alta proporción de universitarios, los de los centros regionales y de las Escuelas no Facultativas, y al observar la indiferencia, el desencanto y la resignación de profesores y estudiantes. Por supuesto, como es la costumbre, algunos sí están activos pero –dejando a un lado valiosas excepciones– a muchos de ellos sólo los mueven sus intereses personales o, en algunos casos, su desconocimiento de la situación real y concreta de nuestra casa de estudios y del país, y, así, el resultado de su consabido actuar difícilmente llevará a que la universidad supere su lamentable estado. Al igual que lo que sucede en la política nacional, las votaciones de este tipo que ya llevan varios lustros de realizarse de la misma forma, no permiten esperar ningún cambio positivo.
Ahora bien, y ante todo esto, ¿qué hacen los universitarios? Aunque de los estudiantes se ha solido esperar una chispa que arranque la pesada maquinaria sancarlista y la ponga en marcha hacia su superación, en este punto, plantearé unas preguntas a mis colegas profesores, ya sean docentes, investigadores o que desempeñen alguna función de extensión social: ¿tenemos nosotros algo que ver con la conducción y el gobierno de la universidad o podremos reducir nuestro papel al de simples empleados, limitar nuestros esfuerzos a dar clases, a participar en distintas comisiones y trámites burocráticos, a realizar algún tipo de investigación o administrar algún órgano académico? Si nos damos cuenta de que no somos ajenos e independientes de los demás (en una analogía química, algo así como las moléculas de un gas ideal que no se afectan entre sí excepto cuando chocan) por lo que nuestra labor no es aislada, de que su eficacia depende del trabajo y las funciones de los colegas, de las condiciones de nuestra Casa de estudios, surge entonces la interrogante de si es posible hacer algo para la superación de la Usac como un todo orgánico, con su naturaleza y fines inherentes, y no como una simple suma de “sectores” con sus particulares intereses, pues está muy difundido el error de considerar a la universidad como un mero conglomerado de sectores, el docente, el estudiantil, los trabajadores administrativos y diversos grupos más que se han ido agregando.
Es en este punto donde debemos considerar que la Universidad Nacional, la Universidad de San Carlos, en el desarrollo de su quehacer y siendo fiel a su naturaleza cultural y democrática –aunque suene fuera de época– se debe al pueblo de Guatemala, del cual, incluso, proviene su sustento económico. Si aceptamos esto, ¿será suficiente que nos esmeremos en realizar bien nuestra enseñanza, nuestra investigación o la labor profesional que nos corresponda, en tanto nos desentendemos del rumbo de la Institución y de las funciones de los directivos?, ¿en dónde queda la ciencia, el conocimiento y la experiencia que se suponen en los profesores si no se activan para transformar nuestra realidad?
Ya que la acción política eficaz requiere de la conjunción de pensamiento, acciones y voluntades individuales, y que el cambio universitario va más allá de la actividad académica meramente personal y de esperar que venga de arriba, de caciques electos según la conocida “democracia” sancarlista, me parece indispensable buscar alternativas al actual estado de cosas a menos que nos conformemos con los pretendidos cambios del gatopardismo de la burocracia académica para que todo siga igual. En este sentido, considero indispensable la laboriosa formación paulatina de comunidades de profesores y estudiantes que compartan valores, objetivos, principios y anhelos morales, políticos, educativos, científicos y humanísticos, con la conciencia de que la Universidad de San Carlos no es un una institución aislada, un organismo cerrado sobre sí mismo y autosuficiente, sino que, todo lo contrario, su fin es social y va más allá de ella, la trasciende y está referido a las mayorías marginadas y necesitadas del país, muy a pesar del individualismo egoísta de la ideología neoliberal imperante. Pugnar por esto podría parecer un anacronismo e implica un camino largo, complicado y difícil pero bien vale la pena empezar a recorrerlo.
Mientras tanto, quizá lo menos que podamos hacer es tomarle la palabra a la democracia representativa, que se supone orienta el gobierno universitario, y no hacer caso a los demagógicos cantos de sirena de los ya conocidos candidatos a rector que, fieles a la costumbre, repiten los vicios de la vieja politiquería sancarlista y que, una vez electos, se dan carta blanca para proceder sólo según sus intereses olvidándose de los auténticos fines universitarios. Ojalá podamos hacer oír nuestra voz crítica y propositiva, pedirles cuentas a los funcionarios electos por nosotros, y no caer en la ingenuidad de creer que el cambio vendrá de las venideras “autoridades”, de los amagos de una engañosa “reforma”, de directivos que en su mayoría son sólo políticos extraviados, impreparados y autoritarios que no tienen en cuenta más que sus oscuros objetivos particulares.