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Recuerdo muy bien la tarde del sábado 29 de septiembre de 2018 cuando en compañía de una pareja amiga nuestra que estaba de visita en Puebla, nos dirigimos hacia el Templo de Santo Domingo para mostrarles la Capilla del Rosario. No pudimos entrar porque el acceso estaba solamente abierto para los invitados a una exclusiva boda que imaginamos era la de algún integrante de la farándula mexicana. La entrada al atrio estaba en la parte lateral del templo y allí comenzaba una alfombra roja que llegaba hasta las puertas de éste. Afuera, enfrente de las rejas se congregaba una multitud popular que miraba a los elegantes invitados de traje oscuro y corbata e invitadas de vestido largo.

Nos agregamos a la muchedumbre y tuve la sensación de ser parte de los de abajo que veían cómo se comportaban los de arriba. Mi sorpresa fue ver pasar por la alfombra roja a integrantes de la flamante élite de la 4T que pasaban y saludaban condescendientemente a la pueblada. No estaba entre ellos Luis Miguel Barbosa, quien había sido candidato a la gubernatura de Puebla y que se encontraba con quienes éramos sus partidarios envueltos en un conflicto poselectoral debido a la suciedad del proceso electoral poblano del 1 de julio de ese año. Preguntamos quiénes se estaban casando a una señora que tenía para repartir un racimo de globos blancos con las iniciales C y D. “No sé -nos dijo- a mí me pagaron para repartirlos”.  Vimos en la calle a elementos de la policía motorizada de Puebla con atuendo de gala y botas de montar.

El centro de la ciudad estaba conmocionado y después supimos que los novios se habían paseado en un vehículo descubierto camino al Centro de Convenciones donde se celebró una fiesta suntuosa. También supimos que los contrayentes eran César Yáñez y Dulce María Silva y que Luis Miguel Barbosa no había sido invitado a la boda por diferencias con la novia. Desde 2012 cuando empecé a participar en los congresos nacionales ordinarios y extraordinarios y en diversas reuniones en las que participaba Andrés Manuel López Obrador, me había percatado que César Yáñez era el perenne acompañante de Andrés Manuel en sus giras y actividades políticas.

En la boda civil, el expresidente municipal y en ese momento gobernador interino José Antonio Gali Fayad fue testigo junto a Andrés Manuel. El mensaje de los organizadores de la boda me pareció claro: pese a las diferencias políticas la boda unía en un mismo espacio social a integrantes de la clase política poblana y también nacional. En suma, a integrantes de una élite que pese a sus divergencias políticas formaban parte de este exclusivo ámbito social. Andrés Manuel no asistió al servicio religioso y estuvo poco tiempo en la fiesta. La boda recogida en la revista Hola se volvió escándalo y le costó a César Yáñez el estar en la congeladora durante casi todo el sexenio de López Obrador.

La polémica que suscitó la boda en aquel momento tuvo los mismos argumentos que ahora he leído y escuchado con motivo de los recientes escándalos originados por el viaje a Japón  y hospedaje en un hotel caro de Andrés Manuel López Beltrán; los lujos asombrosos que se les imputan al presidente de la Cámara de Diputados  Sergio Gutiérrez Luna (Morena) y a su esposa la diputada Diana Karina Barreras (Partido del Trabajo); el festejo de cumpleaños en Madrid del diputado Pedro Haces (Morena)  y hace unos meses el costoso viaje en helicóptero de 20 minutos (104 mil pesos/5 mil dólares) del mismo Pedro Haces y del jefe de bancada Ricardo Monreal (Morena) para trasladarse dentro de la Ciudad de México. Los argumentos esgrimidos en 2018 y repetidos ahora son que tales excesos no pueden ser criticados si no son sufragados con fondos públicos y/o producto de la corrupción; si se trata del propio dinero los integrantes de la 4T pueden gastárselo en lo que se les dé la gana; las críticas a los gastos suntuarios de la cúspide de la 4T tendrían un tinte clasista y racista, que considera que tales lujos no pueden ser gozados por gente que es advenediza. Palabras más palabras menos, esto han dicho entre otros el actual presidente del Senado Gerardo Fernández Noroña (Morena).

Concedo cierta verdad a los anteriores argumentos. Hay un tufo clasista en el argumento de la derecha de que los que integramos la izquierda debemos vivir en la miseria. De estar ausente la corrupción, esto haría la diferencia entre la suntuosa cotidianidad entre cierta parte de la élite de la 4T y la que vivía la élite neoliberal prianista: generalmente ésta última estaba sustentada en la corrupción. Por ello no puedo dejar de advertir un cinismo sorprendente en las críticas de personajes como el dirigente del PRI Alejandro Moreno y el del PAN Ricardo Anaya, ambos vinculados por los medios a actos de corrupción. Y también advierto un espíritu mendaz y falaz en el ataque mediático a la gobernadora de Campeche Layda Sansores cuando se le fotografía haciendo una cola normal en un aeropuerto porque va a tomar un avión rumbo a Amsterdam. O cuando se fotografía a José Ramón López Beltrán y a sus hijos en un viaje vacacional en Cancún. ¿Qué hay de malo en ello? ¿No tienen derecho a hacerlo? Buena parte de la gente de las clases medias para arriba usualmente lo hacemos.

El problema central en todo ello, y allí radica la potencia del ataque de la derecha quien ha aprovechado estos excesos o ha manipulado hechos, es que la 4T en general y Morena en particular se sustentó en un conjunto de valores ético-políticos que forman junto al planteamiento antineoliberal el núcleo central de su ideología: se debe vivir en la justa medianía; el principio rector de la conducta estatal debe ser la austeridad republicana; no puede haber gobierno rico  cuando hay pueblo pobre; el poder y el dinero son nocivos si se vuelven fines; el poder solamente se vuelve virtud cuando se pone al servicio de los demás; el amor al pueblo y al prójimo nos deben guiar; no puede verse a nadie desde arriba a no ser para levantarlo; por el bien de todos primero los pobres; los dineros públicos son sagrados porque son del pueblo; no robo, no miento y no traiciono.

Estos valores fueron reiterados por la presidenta Claudia Sheinbaum en su carta del 4 de mayo de 2025 dirigida a la Sexta Sesión Ordinaria del Consejo Nacional de Morena. El mensaje fue inequívoco: “Todos los militantes de Morena deben conducirse con honestidad, humildad y sencillez. La parafernalia del poder es del pasado de corrupción y privilegios, no de Morena. No caigamos nunca en la frivolidad, en el consumismo y la ambición por el poder y el dinero. No es de nuestro Movimiento viajar en aviones o helicópteros privados, o tener como anhelo portar ropa de marca, o tratar mal a las personas, o andar con guardaespaldas y un séquito de camionetas para ir de un lado a otro, o comer en restaurantes caros”.

Durante años Andrés Manuel nos educó en estos principios con su prédica en el verbo y su ejemplo en el hacer. Tales principios fueron consignados en los documentos fundamentales de Morena. Retomando a lo narrado en sus libros Patria por Paco Ignacio Taibo II, López Obrador nos contó de un Vicente Riva Palacio a quien, habiendo triunfado la lucha contra la intervención, Benito Juárez quiso pagarle sus salarios caídos como general y Riva Palacio respondió. “No señor presidente, a la patria se le sirve, no se le cobra”. O del mismo Juárez en el momento de la guerra contra los franceses quien no quería ir a su fiesta de cumpleaños 59 porque le daba vergüenza ir con los zapatos rotos.

No es ilegal que los integrantes de la 4T vivan con excesos suntuarios si lo hacen con su propio dinero. Pero es inmoral, porque es incongruente con los principios éticos que nos han articulado durante años y que han despertado una esperanza en algo distinto en los amplios sectores populares que han votado por nosotros. Además, el habitus suntuario en las cúspides de la 4T revela un ánimo exclusivista que disuelve las diferencias con respecto a ese mundo oligárquico que nos propusimos desterrar. Ahora resulta que en lugar de abatir a esa élite lo que buscamos es compartir su molicie y solazarnos en la felicidad que nos da sentir una suerte de distinción aristocrática con respecto al resto del pueblo. Pero aparte de la inmoralidad, lo fastuoso y la molicie nos pueden llevar a pagar caros costos electorales si la población que tuvo esperanza en la 4T sufre decepciones por un estilo de vida elitista y ostentoso.

Ser tolerantes con el lujo aunque no sea fruto de la corrupción, es el camino hacia que en la 4T se reproduzca el clasismo y el racismo que decimos deplorar. A que termine de surgir esa oligarquía política de la que hablaba Robert Michels y que buscábamos evitar. Dicho esto, confieso que no entiendo qué placer produce llevar un Rolex en la muñeca, vestir un traje Ermenegildo Zegna o un vestido Chanel o Dior, montarse en un Porsche, escribir con una pluma Montblanc, o llevar una joyería Cartier o Tiffany. Frivolidad insultante en un mundo lleno de desigualdad e injusticia.

Carlos Figueroa

carlosfigueroaibarra@gmail.com

Doctor en Sociología. Investigador Nacional Nivel II del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México. Profesor Investigador de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Profesor Emérito de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales sede Guatemala. Doctor Honoris Causa por la Universidad de San Carlos. Autor de varios libros y artículos especializados en materia de sociología política, sociología de la violencia y procesos políticos latinoamericanos.

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