La reelección en la Cámara de Senadores de Rosario Piedra Ibarra como titular de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, la madrugada del 13 de noviembre último, ha generado una controversia no solamente por que la derecha hizo de esa elección una oportunidad más de ataque a la 4T, sino porque aun desde las mismas filas de Morena y sus aliados había cuestionamientos y dudas acerca de la idoneidad de Piedra Ibarra. No ayudó en nada el hecho de que habiendo sido la candidata peor evaluada de entre 15 aspirantes, ella haya sido incluida en una terna que además pareció una formalidad porque era cantado que ella iba a ser la más votada en el Senado. En efecto, no sin controversias y negociaciones, Rosario Piedra Ibarra pudo tener la mayoría calificada con 87 votos. Haciendo a un lado el acostumbrado doble estándar de la derecha, desde el propio campo de la Cuarta Transformación, la reelección de la titular de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) deja una sensación de malestar en al menos un sector de la 4T.
Sin embargo, a la par de la legítima polémica antes apuntada, hubo otra que estuvo determinada por la narrativa reaccionaria con respecto a la Cuarta Transformación, Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum. No resulta extraño que voces como la de Carlos Alazraky desde la ultraderecha, Raymundo Riva Palacio desde la derecha, hayan expresado su convencimiento de que la elección de Piedra Ibarra fue una imposición que desde su retiro en la quinta de Palenque haya impuesto el propio Andrés Manuel. Lo que a mí me ha parecido asombrosos es que un analista tan fino y autónomo como Jorge Zepeda Patterson haya repetido mutatis mutandis la maledicencia reaccionaria.
Para Riva Palacio la elección de Piedra Ibarra fue una “batalla de fuerza real entre la Presidenta y su predecesor… para saber quien manda, hoy en día, en México”. López Obrador se seguiría comportando como presidente y tiene un control sobre Claudia Sheinbaum no como persona sino sobre su presidencia. Andrés Manuel tendría un teléfono rojo que comunicaría la casa de Tlalpan de Sheinbaum y “el rancho en Palenque”. También se comunicaría directamente con sus operadores en el Gabinete, las cámaras de senadores y diputados. La reelección de Piedra Ibarra mostraría que Sheinbaum tiene la presidencia pero el poder lo detenta López Obrador. Otros indicios de quien mandaría realmente en México son el que la reforma judicial se haya aprobado todavía en el mandato de Andrés Manuel y que desde Palenque éste haya impuesto la llamada supremacía constitucional.
Haciendo uso de un estilo lleno de matices que busca distinguirse de la narrativa reaccionaria, Jorge Zepeda Patterson en esencia repite el mismo discurso de la derecha: “No hay que darle más vueltas, la única explicación lógica para la reelección de Rosario Piedra Ibarra en la CNDH reside en la intervención de Andrés Manuel López Obrador”. Zepeda Paterson agrega que sería un “simplismo absurdo” decir que Claudia Sheinbaum será un títere de Andrés Manuel. Pero en este caso resulta claro que el expresidente le impuso su voluntad a la presidenta. Más aún, es el propio López Obrador el responsable de que haya sido electa Piedra Ibarra a pesar de ser la peor evaluada. Este hecho tendrá graves consecuencias agrega Zepeda Patterson, porque a partir de ahora será real el riesgo de una división entre “obradoristas” y “claudistas”. Además, a partir de ahora, los hijos e hijas del padre (Andrés Manuel) pondrán en duda la legitimidad de las reglas del juego y advertirán que en las decisiones sobre a quien elegir “lo que cuenta es otra cosa” (el favoritismo del padre).
La diferencia entre la narrativa reaccionaria y la de Zepeda Paterson es cuantitativa, no así cualitativa. La interpretación de la derecha es que en México estamos viviendo un Maximato permanente, mientras Zepeda Paterson afirma que ese Maximato será puntual, reducido a cuestiones que realmente le interesen al caudillo. La diferencia radicaría en que para la derecha la sombra del caudillo será permanente mientras que para Zepeda Paterson será intermitente.
Dos son los fundamentos de la teoría de la sombra del caudillo. La primera radica en lo que ha sido la historia política de México desde el siglo XIX: la voluntad del presidente en turno de reelegirse o en el peor de los casos seguir mandando desde detrás del trono. Esto fue así con Antonio López de Santana, pero también con Benito Juárez, no digamos Porfirio Díaz. Y siguió siendo así con Venustiano Carranza, Álvaro Obregón, y Plutarco Elías Calles. Y siempre durante el esplendor del príato, los presidentes en turno o tuvieron veleidades reeleccionistas o persiguieron perpetuar su poder a través de su sucesor.
Por lo visto, a los analistas de distinto signo ideológico les cuesta creer que esto ha terminado. Más aun cuando el presidente que se ha retirado ha sido un líder carismático excepcional, un líder que surge en muy raras ocasiones. Desde el principio de su sexenio, Andrés Manuel recibió ataques reaccionarios en el sentido de que buscaría la reelección en 2024. ¿Recuerdan ustedes cómo en una conferencia mañanera tuvo que firmar ante notario público su compromiso de no reelección? La narrativa reaccionaria ha continuado con la teoría de la sombra del caudillo, la aseveración de que estamos viviendo un Maximato 2.0.
El segundo fundamento de la teoría de la sombra del caudillo radica en una visión que combina el escepticismo que provoca la historia del animo reeleccionista de los presidentes de México con una visión machista y misógina con respecto a Claudia Sheinbaum. No solamente radica en el ADN político de México la voluntad del presidente saliente de perpetuar su poder, sino este hecho se observa ahora cuando una mujer es la que sucede a un hombre en la presidencia de la república. Desde la época de la campaña, la derecha usó como artillería electoral la especie de que Claudia era solamente una marioneta del “mesías tropical”. Esa especie es la que ahora se está repitiendo con motivo de la reelección de Piedra Ibarra.
No hay ninguna prueba que sustente las aseveraciones de los Alazraky, Riva Palacio o Zepeda Patterson. Quienes las escriben y quienes las propalan no reconocen dos hechos que son comprobables. El primero de ellos es que a lo largo de los cuarenta años de su carrera política Andrés Manuel López Obrador dio reiteradas muestras de que estimaba con creces el cumplimiento de su palabra. Convendría a los analistas creerle a pie juntillas cuando en múltiples ocasiones afirmó que se retiraría para siempre de la política. A diferencia de lo que afirma Zepeda Patterson, Andrés Manuel dijo que solamente regresaría a la política si hubiera una emergencia nacional, algo así como “una invasión”. Por tanto, era una posibilidad tan remota, que no iba a suceder.
El segundo hecho que no reconocen quienes esgrimen de manera machista o misógina la tesis de la presidenta marioneta es el carácter de Claudia Sheinbaum. ¿No han advertido en la presidenta una voluntad firme, recia y firme detrás de su aterciopelada voz? ¿No han advertido en ella que es como dijera Antonio Gramsci en una hermosa metáfora un puñal de acero envuelto en un pañuelo de seda?