Los resultados electorales de la primera vuelta en Guatemala del 25 de junio, mucho se ha dicho, fueron inesperados para todo el mundo. Lo que ha sucedido después de conocerse esos resultados ha sido también inesperado: el vertiginoso ascenso del liderazgo del candidato presidencial Bernardo Arévalo. Como se mostró en el debate entre Sandra Torres y Arévalo el pasado 14 de agosto, el liderazgo de Bernardo está asentado en una conducta sobria y serena y en un conocimiento del país, así como en una idea clara de cómo gobernarlo. Sandra Torres se mostró como lo que realmente es: inescrupulosa en los desmesurados ofrecimientos que rayan en lo demagógico y también inescrupulosa en los ataques que hizo a su contendiente. Torres mostró un discurso mendaz, xenófobo, homofóbico y repitió los lugares comunes de la propaganda del Pacto de Corruptos, aunque no mostró su ferocidad anticomunista, acaso porque ella misma ha sido víctima injustificada de la misma en las elecciones anteriores.
Bernardo Arévalo se mostró como lo que siempre ha sido: preciso en sus propuestas, preparado para gobernar, moderado en su ideología, educado en sus contraataques. Lo que ha sido novedad en los últimos dos meses es la efervescencia popular que su candidatura ha generado. Bernardo ha capitalizado un profundo descontento oculto en los pliegues de la sociedad guatemalteca, ha encarnado la esperanza de la mayoría del pueblo en que es posible una Guatemala mejor que la descomposición a la que la ha llevado la gobernanza criminal en el país. Se ha beneficiado también de un hecho de carácter nacional popular como es el recuerdo de su padre, Juan José Arévalo, quien durante muchos años encarnó la esperanza en que la historia interrumpida con la contrarrevolución de 1954 se reanudara y sacara a Guatemala de su tragedia. Todo esto es lo que resume el grito que yo empecé a escuchar desde mi infancia y que ahora se ha vuelto eslogan de campaña: “¡Viva Arévalo!”.
La encuesta CID-Gallup encargada por la neoliberal Fundación Libertad y Desarrollo asociada al gran empresario Dionisio Gutiérrez nos indica algo de lo que he expresado líneas atrás. Realizada en la última semana de julio y publicada el 2 de agosto, dicha encuesta revela que el 43% de los encuestados votaría por Bernardo contra un 28% que votaría por Torres. Eliminando el voto nulo y a los indecisos, tales porcentajes se elevan a 63% y 37%. Es probable que estos porcentajes se mantengan o incluso beneficien más a Bernardo Arévalo en una segunda encuesta cuyos resultados desconozco en el momento de escribir estas líneas. Las razones de estas preferencias electorales también se ofrecen en dicha encuesta: el 70% de los encuestados consideran corrupto al gobierno de Guatemala y el 40-41% considera a Bernardo capaz de solucionar los problemas del país y del hogar contra el 24% de Sandra Torres.
Bernardo Arévalo ha sido colocado en un lugar imprevisto después de la primera ronda electoral. Depositario de las esperanzas populares, si se muestra a la altura de esas esperanzas, si no se doblega ni transige, si se muestra estoico ante el despiadado ataque reaccionario, si lo dejan gobernar y si lo hace bien a pesar del sabotaje que sufrirá, entonces veremos surgir en él un liderazgo parecido al que en un momento tuvo de su padre. Asistí al nacimiento de un liderazgo carismático extraordinario como el de Andrés Manuel López Obrador en México y sólo entonces pude comprender el liderazgo difícilmente repetible de Manuel Colom Argueta en Guatemala. En base a esas dos experiencias también difícilmente refrendables, advierto que Bernardo Arévalo se encuentra en la difícil y afortunada situación en la que los agravios profundos y acumulados en un pueblo y la emocional expectativa de superarlos, se encarna en una personalidad. Al tiempo.