Carlos Figueroa

carlosfigueroaibarra@gmail.com

Doctor en Sociología. Investigador Nacional Nivel II del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México. Profesor Investigador de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Profesor Emérito de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales sede Guatemala. Doctor Honoris Causa por la Universidad de San Carlos. Autor de varios libros y artículos especializados en materia de sociología política, sociología de la violencia y procesos políticos latinoamericanos.

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Al dar una sorpresa mayúscula y pasar a la segunda vuelta electoral de las elecciones presidenciales en Guatemala, Bernardo Arévalo y su partido Movimiento Semilla han estado siendo objeto de ataques anticomunistas. En elecciones pasadas en las que participó la ahora oponente de Arévalo, Sandra Torres, también fue víctima de estos ataques anticomunistas. Por anticomunismo no entiendo una postura crítica tanto teórica como práctica, con respecto a partidos, organizaciones o movimientos que se rigen por un ideal anticapitalista inspirado en el marxismo. Considerarse ajeno o ajena al marxismo es una postura respetable y legítima siempre y cuando el posicionamiento y el actuar derivado de este, sea respetuoso de las reglas de la democracia y el Estado de derecho.

Entiendo por anticomunismo a una postura política que hace uso del término comunista para realizar una práctica estigmatizante, anatematizarte y violenta, tanto en términos físicos, como psicológicos y simbólicos, práctica que además usa el sustantivo comunista como un adjetivo que aplica indiscriminadamente a todas aquellas posturas políticas e ideológicas que buscan un cambio. El anticomunismo es pues una concepción y una práctica política de carácter extremista y fanático. En la actualidad, el anticomunismo forma parte sustancial de un ideario político de la derecha que se articula con el autoritarismo, el clasismo, el racismo, la misoginia, la aporofobia, la homofobia y la transfobia. Este ideario se traduce a una práctica política que es el neofascismo.

Acusar a Sandra Torres de comunista fue una estupidez solo explicable por el fanatismo antes mencionado. Como ahora ya no es ella el enemigo principal del bloque en el poder llamado Pacto de Corruptos, la acusación se ha dirigido hacia Bernardo y su partido. Por fortuna, el hartazgo del pueblo guatemalteco con respecto a la corrupción es tanta que, a diferencia del pasado, ahora el infundio no ha estado haciendo mucho efecto. Bernardo Arévalo muestra una ventaja en la intención de voto de dos a uno, en una encuesta encargada por un grupo empresarial que está fuera de toda sospecha de ser comunista.

Acusar a Bernardo Arévalo y a Semilla de ser comunistas, nuevamente es un acto de fanatismo que además revela una supina ignorancia sobre la historia de la diferenciación entre la socialdemocracia y el comunismo.  Esta diferenciación tiene aproximadamente 120 años de haberse empezado a manifestar y unos 110 de haberse declarado abiertamente en un cisma irreconciliable. Sucedió en el umbral de la Primera Guerra Mundial cuando la socialdemocracia se alejó del internacionalismo proletario y empezó a apoyar a sus propias clases dominantes en cada uno de los países envueltos en la guerra. Así murió la II Internacional socialdemócrata y así nació la III Internacional Comunista fundada por Vladimir Ilich Lenin y Rosa Luxemburgo entre otro/as.

La diferenciación entre socialdemocracia y comunismo se acentuó cuando la socialdemocracia adoptó su proyecto clásico que se diferenció del comunista. Mientras los comunistas siguieron apoyando una revolución de carácter socialista, la socialdemocracia optó por un proyecto reformista que buscó una vía intermedia entre el socialismo y el capitalismo liberal. Bernardo Arévalo y Semilla provienen de la corriente socialdemócrata por lo que su proyecto está teórica e históricamente alejado del comunismo. ¿Están alejados del proyecto clásico de la socialdemocracia que es igualmente distante del neoliberalismo?

Además, independientemente de todo esto, ocurre que después del derrumbe soviético que fue acompañado también del derrumbe del proyecto clásico de la socialdemocracia, la humanidad se enfrentó al auge de una nueva forma de capitalismo, el capitalismo salvaje, un capitalismo todavía más depredador de los seres humanos y la naturaleza: el neoliberalismo.  Con el capitalismo que estamos viviendo la humanidad está en riesgo de extinción. He aquí la paradoja que estamos enfrentando: nunca antes la humanidad había necesitado tanto el socialismo y nunca antes había estado tan lejos de este.

Por su tradición política e ideológica socialdemócrata y por lo que ha sucedido en el mundo después del derrumbe soviético, es absurdo pensar que Bernardo Arévalo y Semilla estén pensando en implantar en Guatemala un proyecto socialista. Cualquiera que haya leído el programa de gobierno de Semilla y haya escuchado los discursos y entrevistas de Bernardo, sabe que su proyecto es hasta de sentido común. Lo que Guatemala necesita más allá de posiciones de izquierda o derecha, es recuperar al Estado que a está en manos de la corrupción y el crimen organizado. Guatemala necesita que el 40% del presupuesto público que es robado por los corruptos y criminales, se destine a usos sociales y productivos.

Si Bernardo Arévalo gana el próximo 20 de agosto, si lo dejan asumir la presidencia, si lo dejan gobernar, si Semilla no pierde su personalidad jurídica, en fin si el Pacto de Corruptos es derrotado, podrá como presidente destinar ese 40% a erradicar la desnutrición, construir las carreteras que quiere, ampliar la cobertura de la educación en 577 mil niño/as, llevar la salud a unos 7 millones de personas, generar una confianza que incremente la inversión y recaudación fiscal, concertar los pactos por la salud, educación, desarrollo y ambiente. Podrá crear mejores posibilidades para la seguridad pública y con el diálogo nacional le dará una oportunidad para la democracia. Si Bernardo Arévalo y su gobierno logran todo esto, que no es cuantioso, pero es bastante, Guatemala será mucho mejor.

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