Carlos Figueroa
Derrotas o victorias son más amargas o más dulces según sean las expectativas que les han antecedido. La derrota en Chile es amarga porque desde octubre de 2019, el pueblo chileno, ahora habría más bien decir, la parte del pueblo chileno activa y participativa, había dado muestras de una ruptura tajante con el neoliberalismo. La enorme sublevación popular contra el neoliberalismo que comenzó el 6 de octubre de 2019, fue sucedida con el plebiscito del 25 de octubre de 2020 que determinó la procedencia de un proceso constituyente. Cabe recordar que en ese plebiscito casi el 79% de los votantes aprobó la convocatoria a elecciones de una asamblea constituyente.
Después de ello se realizaron el 15 y 16 de mayo de 2021 elecciones municipales y para constituyentes de la Convención Constitucional, la que habría de redactar una nueva Constitución para el país. En esa elección de constituyentes, los independientes unidos a la izquierda organizada en partidos juntarían aproximadamente el 50% de los escaños, a los cuales se unieron los 17 escaños obtenidos por los pueblos originarios. En suma 90 escaños del total de 155 (casi 60%). En noviembre de 2021, en la primera vuelta presidencial, Gabriel Boric obtuvo un cerrado segundo lugar con casi 26% de los votos frente al neofascista José Antonio Kast quien obtuvo casi el 28%. Un mes después, Boric obtuvo la presidencia de Chile con el 55% de los votos y el apoyo del movimiento social que había comenzado en octubre de 2019, la izquierda partidista y el centro derecha neoliberal de los partidos de la concertación.
A esta cadena de triunfos le ha sucedido una derrota aplastante en el plebiscito realizado para aprobar o rechazar la nueva Constitución que habría de suceder a la constitución pinochetista promulgada en 1980. La derrota del domingo 4 de septiembre es más amarga porque aunque se sabía de un probable revés, este resultó aplastante: el 62% de los chilenos rechazó la progresista constitución redactada por la Convención Constitucional. Los porcentajes victoriosos de 2020 y 2022 se redujeron a un 38%. Las gestas de 2019-2021 han culminado en una dolorosa derrota.
Me he puesto a leer reportajes y a ver entrevistas y paneles que han analizado el significativo descalabro progresista. Advierto entre las causas más plausibles esgrimidas por los analistas las siguientes:
El voto obligatorio que llevó a votar a millones de electores que eran abstencionistas y cuyo sentido político no se sabía a ciencia cierta. En el plebiscito de 2020 votaron 7.5 millones de chilenos. En la primera ronda presidencial de 2021 lo hicieron 7.1 millones. En la segunda vuelta de diciembre de 2021 se registraron 8.3 millones. El plebiscito sobre la nueva constitución lo votaron 13.2 millones. Estos nuevos 4 millones de votantes determinaron la aplastante victoria del rechazo.
La campaña millonaria de los partidarios del rechazo contaron con una cantidad de recursos financieros superior a los partidarios del apruebo. Además la campaña llena de virulencia del rechazo, comenzó mucho antes que las de los partidarios del apruebo.
El triunfo en las redes sociales de la satanización de la nueva constitución, la cual debido a sus avances progresistas en temas de diversificación de la propiedad, reconocimiento de la realidad plurinacional, afirmación de los derechos de las mujeres y la diversidad sexual, derecho al aborto, agua y salud como derechos humanos, latinoamericanismo etc., dieron oportunidad para las derechas para el ejercicio de una campaña anticomunista que prendió en una parte importante de los dos tercios de chilenos que rechazaron la nueva constitución.
El desgaste del gobierno de Gabriel Boric, producto de las adversidades que ha traído la pandemia y la guerra en Ucrania, unido a que su indefinición le ha abierto dos flancos. Uno desde la derecha que lo considera parte de los gobiernos “populistas” y el otro desde la izquierda que considera inaceptables sus concesiones a la derecha neoliberal en materia de control de los recursos naturales en particular.
El triunfo del rechazo a la nueva constitución no necesariamente implica que la constitución pinochetista es considerada vigente por el pueblo chileno. Veremos en los próximos tiempos una reconstitución del proceso constituyente. ¿Tendrá éste el contenido plebeyo, social y participativo que tuvo el primero? La partidocracia y la derecha estaban muy molestas con el desplazamiento que sufrieron a partir del levantamiento de octubre de 2019. Todo indica que habrá condiciones diferentes. En todo caso, la izquierda, el progresismo, tendrá que acudir a lo que ha hecho en los últimos dos siglos: caer para volverse a levantar.