Carlos Figueroa

carlosfigueroaibarra@gmail.com

Doctor en Sociología. Investigador Nacional Nivel II del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México. Profesor Investigador de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Profesor Emérito de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales sede Guatemala. Doctor Honoris Causa por la Universidad de San Carlos. Autor de varios libros y artículos especializados en materia de sociología política, sociología de la violencia y procesos políticos latinoamericanos.

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Carlos Figueroa Ibarra

Hace unos días tuve la oportunidad de escuchar un soberbio discurso de Gustavo Petro pronunciado en un evento realizado en la Cámara de Comercio de Colombia hace algunos años. En ese discurso, Gustavo Petro enarboló el poder de la palabra dicha y el de la palabra escrita. El de la palabra dicha, aquella que fue verbo poderoso en labios del mártir Jorge Eliecer Gaitán. El de la palabra escrita, aquella que plasmó en sus libros Gabriel García Márquez. Jorge Eliecer Gaitán, fue alcalde mayor de Bogotá y como tal, fundó la primera feria del libro en aquella ciudad en 1937. Gabriel García Márquez, huyó del incendio observado en el centro de Colombia después del asesinato de Gaitán.

El domingo 19 de junio, escribo estas líneas unos días antes de esa fecha, el hombre que reivindica el poder de la palabra dicha y escrita se enfrentará a Rodolfo Hernández, un candidato que además de inepto y volátil, representa la herencia del fascista José Millán Astray. El mismo Millán Astray que ha pasado a la historia, porque en la Universidad de Salamanca le espetó a Miguel de Unamuno “¡Muera la inteligencia, viva la muerte!”. El entonces Rector de dicha universidad, le respondió “Venceréis, pero no convenceréis”. La valiente respuesta le costó a Unamuno la defenestración de su cargo en la Universidad de Salamanca y probablemente su asesinato semanas después, en diciembre de 1936.

En el discurso referido, Gustavo Petro evidencia la paradoja de que mientras en Europa se asesinaba a la palabra dicha y escrita, se incendiaban libros, en Colombia se hacían ferias de libros. Y recuerda la famosa frase de Heinrich Heine “Quien comienza quemando libros, termina quemando hombres”. Petro pronunció en 2014 ese premonitorio discurso antifascista, en la inauguración de la Feria del Libro de Bogotá. Premonitorio, porque el domingo 19 de junio, él y Francia Márquez, enfrentarán a un personaje representativo de la oleada neofascista que hoy nuevamente recorre al mundo.

De manera eufemística, prensa y analistas benevolentes con el candidato de las derechas colombianas, lo tildan de “populista de derecha”. Acaso usen ese apelativo que ha sido vaciado de contenido por el neoliberalismo, porque resulta que Hernández le ha plagiado a Andrés Manuel López Obrador varias de sus frases icónicas “No miento, no robo, no traiciono”, “No puede haber gobierno rico con pueblo pobre”. Además de las promesas de que hará conferencias diarias por la mañana, de que convertirá el Palacio de Nariño en un museo y hacer de la lucha contra la corrupción elemento central de su campaña.

Jorge Hernández acaso tenga más parecido con la personalidad imperativa de Nayib Bukele. Tras su comportamiento pintoresco, se encuentra una personalidad autoritaria, violenta (es recordado cómo abofeteó a un concejal cuando era alcalde de Bucaramanga), neofascista (“Adolfo Hitler fue un gran pensador”), misógena (“El ideal sería que las mujeres se dedicaran a la crianza de los hijos”), racista y xenófoba (“Las migrantes venezolanas sólo sirven para parir chinitos –niños– pobres”), aporofóbica y usurera (“Imagínese quince años un hombrecito pagándome intereses, eso es una delicia”). Su discurso contra la corrupción esconde que él mismo ha sido involucrado en escándalos de corrupción.

Detrás de Hernández que es solamente una “figurilla” (parafraseando a Jules Fucick), se encuentra Álvaro Uribe Vélez, el arquitecto y conductor de la derecha neofascista colombiana. Cuando esta columna termine de circular, sus lectore/as probablemente ya sepan qué fue lo que prevaleció en Colombia: el poder de la palabra dicha y escrita o la muerte de la inteligencia.

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