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Hace dos días conmemoramos 29 años de haberse firmado la paz en Guatemala.
Este hecho histórico se produjo en medio de un contexto geopolítico que tiene
relativas similitudes con la situación actual.

En 1980, un comediante, Ronald Reagan, ganó arrolladoramente las elecciones a
la Presidencia de los Estados Unidos y asumió el cargo en enero de 1981. El
derrotado fue Jimmy Carter, identificado como un demócrata liberal, supuesto
propulsor del respeto a los derechos humanos.

Reagan triunfó posicionándose como un radical conservador, dispuesto a cambiar
la política exterior de los Estados Unidos, en términos de detener el avance de la
Unión Soviética en la geopolítica mundial, con la narrativa de derrotar él
comunismo internacional. Para ello, América Latina era fundamental y,
especialmente, el punto álgido de la “lucha contra el comunismo” que sé
expresaba en la guerra revolucionaria en Centroamérica. La revolución cubana, él
sandinismo en el poder y las fuerzas guerrilleras avanzando en El Salvador y
Guatemala eran las puntas de lanza del comunismo internacional en el patio
trasero del imperio y, por lo tanto, del poder geopolítico de la URSS.

Así que, en ese contexto regional, se acabarían las “debilidades” de los
demócratas con la derrota electoral de Jimmy Carter que aspiraba a reelegirse
para darle continuidad a su política liberal. Se instauraría un gobierno fuerte,
Ronald Reagan, que detendría a como diera lugar, incluyendo la solución militar a
las guerras revolucionarias en Centroamérica y a la existencia de Cuba socialista,
para atajar la expansión del comunismo en su patio trasero.

Ahora, en el 2025, Trump, un excéntrico millonario, lanzó similar estrategia para
contener el avance económico y político de China en América Latina, utilizando la
narrativa Make America Great Again.

Como se ve, hay concordancia entre Reagan y Trump, obviamente en contextos
mundiales diferentes, pero que sustancialmente plantean el mismo propósito:
detener el avance geopolítico de una potencia hegemónica, la URSS en los años
ochenta (“Allí vienen los rusos”) y China ahora.

Ante esta similitud histórica, analicemos brevemente la estrategia de las fuerzas
revolucionarias de Centroamérica y Cuba frente a esa decisión imperial en los
años ochenta.

Empecemos por constatar que la solución militar no se dio. Lo que se produjo fue
una solución política: en 1988/89 en Nicaragua (Acuerdos de Sapoa y Tela entre el
gobierno sandinista y la Contra); en 1992 se firmó la paz en El Salvador (Acuerdo de Chapultepec entre el FMLN y el gobierno); y en 1996 en Guatemala (Acuerdos
de Paz firme y duradera, entre la URNG y el gobierno).

Hubo condiciones hemisféricas que se pudieron construir para evitar la estrategia
militarista de Reagan. Me refiero principalmente a tres hechos políticos que
jugaron exitosamente en la derrota de la pretensión imperial militarista.

La primera fue una reunión en La Habana, muy poco conocida, realizada entre él
Partido Comunista de Cuba, el Frente Sandinista de Nicaragua, el FMLN de El
Salvador, la URNG de Guatemala y el resto de organizaciones revolucionarias del
istmo. Allí se decidió que el camino no era la generalización de la guerra en la
región para enfrentar la inminente invasión imperialista, si no que la búsqueda de
soluciones políticas para los conflictos en cada uno de los países
centroamericanos.

La segunda fue los Acuerdos de Contadora, la iniciativa de paz latinoamericana
surgida en 1983, liderada por México, Colombia, Panamá y Venezuela, para
resolver los conflictos armados en Centroamérica mediante las soluciones
políticas.

Y la tercera fue los Acuerdos de Esquipulas (I y II), mérito de Vinicio Cerezo, no de
Óscar Arias, firmados por los presidentes de Centroamérica en 1985 y 1987 que
decidieron el camino de las soluciones políticas para alcanzar el fin de las guerras
y el logro de la paz.

En síntesis, la estrategia militarista de Regan fue derrotada por actores políticos
regionales que actuaron con madurez, inteligencia y de manera conjunta.
Y volviendo a la comparación histórica que motiva esta columna, la pregunta
pertinente es: ¿habrá ahora condiciones para que se actúe regionalmente de cara
al intervencionismo Trumpista, como se hizo en los años ochenta ante él
intervencionismo de Reagan?

Se está decidiendo una estrategia geopolítica de los Estados Unidos para evitar, a
toda costa, la expansión de China en el continente y garantizar que América Latina
le proporcione los recursos que requiere su economía. En Venezuela se está
decidiendo ese futuro. No es simplemente la supervivencia de Maduro lo que está
en juego.

El 2026 es el año donde esto se definirá.

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