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Antier, 15 de septiembre, se conmemoraron 204 años de vida “independiente”.

Casi todos los años, en mi columna cercana a esa efeméride, recuerdo lo expresado por el Acta de Independencia en una de sus oraciones, que me parece sumamente significativa. En ella se dice que la independencia se declaró “…para prevenir las consecuencias que serían temibles en el caso de que la proclamase de hecho el mismo pueblo…”. Nuestra independencia fue un acto realizado por las élites hegemónicas; no nació de la soberanía popular, aquella en la cual, tanto del poder como de la autoridad en un Estado reside en el pueblo. Es más, se proclamó para evitar que la independencia fuera fruto del ejercicio de dicha soberanía.

Desde entonces para acá, la soberanía ha sido una palabra sin suficiente sustento en la realidad. Son escasos los momentos históricos que contradicen esa regla, uno de ellos fue el período de la Revolución de Octubre, de 1944 a 1954.

Esta década revolucionaria se terminó con el intervencionismo gringo, cuando la CIA derrocó por medios violentos un gobierno soberano, el de Jacobo Árbenz Guzmán. El poder hegemónico mundial, los Estados Unidos, anuló la posibilidad de que en Guatemala ejerciéramos la soberanía popular, fue el tiburón que se comió a las sardinas, tal como Juan José Arévalo lo dijo con mucha claridad, contundencia y valor, cuando escribió su libro “El tiburón y las sardinas”.

Desde entonces no ha habido realmente soberanía.

Durante toda la etapa de la contrainsurgencia, es decir durante los 36 años que tardó el conflicto armado, el Estado guatemalteco, bajo el control del ejército, fue el instrumento de la política internacional de Estados Unidos, la llamada “guerra fría”, donde se construyó un enemigo interno para todos los países, que era “el comunismo” y con este pretexto privó la represión, las dictaduras militares y, en el caso nuestro, la política de tierra arrasada que desapareció a más de 400 aldeas en su “cruzada” por derrotar al enemigo interno.

El fin del Conflicto Armado Interno, en 1996, significó una oportunidad para que el Estado guatemalteco pudiera avanzar hacia la soberanía popular, definiendo el rumbo a seguir. Lamentablemente, las élites volvieron a derrumbar ese camino.

Pero posicionándonos en la situación ahora prevaleciente, que es mucho más que una coyuntura, la soberanía sigue inexistente.

Las redes político criminales mantienen aún la cooptación de la institucionalidad estatal. El narco está a punto de convertir por completo a Guatemala en un narco estado. Las veleidosas élites empresariales mantienen su ambivalencia. Dicen respetar al gobierno al mismo tiempo que les interesa que las redes político criminales, particularmente la punta de ese diabólico iceberg que es el Ministerio Público y algunas de las altas cortes, se mantengan como Espada de Damocles para que el gobierno no vaya a pretender avanzar en ninguna dirección que sea un riesgo para el mantenimiento del excluyente Estado y del modelo económico.

Y, por su parte, los Estados Unidos, aún potencia mundial, aunque en pronunciado declive, condiciona su respaldo al presidente, al punto que, en la práctica, el control del territorio nacional lo ejercen sustancialmente ellos, para poder librar la lucha contra el narcotráfico.

Entonces, ¿quién imposibilita el ejercicio de la soberanía popular de Guatemala como Estado supuestamente independiente? ¿Las redes político criminales, las veleidosas élites empresariales, el narco que ya casi logra convertirnos en un narco estado o los Estados Unidos?

Es muy difícil definir al verdugo de nuestra soberanía. La soberanía popular sigue inexistente y por eso no hay realmente independencia.

 

Adrian Zapata

zapata.guatemala@gmail.com

Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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