Adrian Zapata

zapata.guatemala@gmail.com

Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Nuestro Himno Nacional, en una de sus estrofas, elogia la independencia patria.  Literalmente dice: “Nuestros padres lucharon un día encendidos en patrio ardimiento y lograron sin choque sangriento colocarte en un trono de amor”.

Es difícil encontrar coherencia entre esta poesía nacional y lo que dice el Acta de Independencia cuando, en su párrafo primero, justifica la proclamación de la misma de la siguiente manera:  “Que siendo la independencia del gobierno español la voluntad general del pueblo de Guatemala, y sin perjuicio de lo que determine sobre ella el Congreso que debe formarse, el señor jefe político la mande publicar, para prevenir las consecuencias que serían temibles en el caso de que la proclamase de hecho el mismo pueblo”.

En el párrafo décimo octavo del Acta aparecen los siguientes nombres como signatarios: Gabino Gainza, Mariano de Baltranena, J. Marino Calderón, José Matías Delgado, Manuel Antonio Molina, Mariano de Larrave, Antonio de Rivera, J. Antonio de Larrave, Isidro de Valle y Castriciones, Mariano de Aycinena, Pedro de Arroyave, Lorenzo de Romaña…”.

Como se ve, la independencia de Centroamérica, proclamada en Guatemala, es una decisión de los criollos, a partir de los intereses que los enfrenta al poder colonial. Pero, al mismo tiempo, es producto del terror que le tenían “al pueblo”.

Por cruel que resulte decirlo es la cobardía de los criollos el motor de la independencia.

El numeral décimo del Acta, precisamente por el terror criollo hacia el pueblo, manda lo siguiente: “Que se pase oficio a los dignos Prelados de las Comunidades religiosas, para que cooperando a la paz y sosiego, que es la primera necesidad de los pueblos, cuando pasan de un gobierno a otro, dispongan que sus individuos exhorten a la fraternidad y concordia a los que estando unidos en el sentimiento general de la independencia deben estarlo también en todo lo demás, sofocando pasiones individuales que dividen los ánimos, y producen funestas consecuencias».

Claramente expresan lo fundamental que es para la “independencia”, lograr el “sosiego” del pueblo y sofocar “las pasiones individuales que dividen los ánimos y producen funestas consecuencias”.

Un Estado cuya creación se fundamenta en esas afirmaciones, nace agrietado y se desarrolla a partir de esos cimientos de lodo.

Dicho todo lo anterior, sostengo que, pese a ese vergonzoso inicio, hay que recuperar la idea de la independencia. Y, siendo que el pacto social que supuestamente nos une establece el carácter republicano y democrático del Estado guatemalteco, recuperemos dicha idea en lo relacionado con la independencia de los poderes que lo integran.

Para lograr lo anterior, estos poderes institucionales no pueden estar cooptados por interese fácticos. Me refiero a élites empresariales, a redes político criminales e, inclusive, a organizaciones no gubernamentales.

En síntesis, la presente reflexión me lleva a afirmar que, en la coyuntura actual, la independencia de los criollos puede ser reivindicada si en lugar de elogiarla sin fundamento, recuperamos la noción de independencia, pero refiriéndola al pretendido carácter republicano del Estado, particularmente concibiéndola como la lucha por “desmafiar” la justicia.

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