Para quienes nos autodefinimos de izquierda, el resultado electoral del domingo pasado en nuestro vecino del norte es regocijante. Una mujer, de izquierda, es electa como la primera presidenta de México. El estereotipo del machismo mexicano se desplomó.
Pero más allá de esta felicidad prevaleciente en las izquierdas en América Latina, debemos considerar algunos aspectos fundamentales que hacen prever que Claudia Sheinbaum tendrá un poderío político contundente. ¡Derrotó a su contrincante por más de 32 puntos!
Morena tendrá entre 23 y 25 de las 32 gobernaciones en el país. Logró mantener la correspondiente a la Ciudad de México, donde las derechas, desesperadas, se habían atrincherado ante el evidente fracaso que tendrían a nivel nacional. Otra mujer, Clara Brugada, una beligerante luchadora social, resultó electa por amplio margen como gobernadora de dicha ciudad, en la cual Morena ganó 11 de las 16 alcaldías que la integran.
El partido logró mayoría calificada, tanto en el Senado como en el Congreso.
Las derechas han reaccionado con rabia ante la sorpresa que les produjo ese contundente resultado electoral. Los medios de comunicación, mayoritariamente en manos de las élites reaccionarias, ven que su arduo, continuo y airado esfuerzo cotidiano por destruir la imagen de AMLO y de su proyecto político no tuvo efecto. Las “mañaneras” los derrotaron, esa interlocución diaria de AMLO con el pueblo no les permitió a los medios tradicionales ser los portadores, regularmente tergiversadores, de lo que pensaba y hacia el Presidente y el gobierno en general.
El hipócrita discurso derechista que responsabilizó permanentemente a AMLO de polarizar la sociedad con su discurso provocador y populista se cayó, porque se niegan a entender que la fuente fundamental de la polarización social es la desigualdad social y económica que provoca la concentración irracional de la riqueza y el poder.
Ahora bien, Claudia Sheinbaum no será, ni por asomo, la marioneta de un AMLO tras el trono. Este Presidente es un émulo de Mujica en la comprensión de lo qué le corresponde hacer a un estadista de su talla después de haber finalizado el ejercicio de su mandato. Claudia es una lideresa política íntegra, formada, firme, con amplia experiencia política y con identidad propia. Una expresión de esto fue su afirmación en campaña cuando dijo que su reto electoral no era superar en votos a las derechas, de lo cual estaba segura. Era superar a AMLO y lo logró significativamente (de 30 millones obtenidos por López Obrador a 35 millones de votos que alcanzó Claudia).
A mi juicio, Claudia expresa un sabio equilibrio entre la racionalidad que le da su brillante formación científica y su ferviente vocación política. Ella misma afirmó hace algunas semanas que, en su casa, con sus padres, se desayunaba, almorzaba y cenaba hablando de política.
Yo no veo en Claudia el carisma caudillista de AMLO. Y en ello no expreso ningún juicio descalificador, es más bien una expresión de admiración sobre cómo ese fenómeno político tradicionalmente perverso, López Obrador lo convirtió en una fuerza personal que construyó organización, partido, conciencia de masas y fuerza organizativa. Claudia no parece caudillista, pero si una lideresa que tiene su corazón en la utopía, sus brazos y piernas en la fuerza para avanzar en esa dirección, sus pies bien puestos en la realidad que conoce y su cerebro en la decisión de avanzar y profundizar en la propuesta programática de la 4T, interpretando las exigencias del pueblo, pero con la mesura que permita avanzar irreversiblemente en el camino que AMLO abrió para México.