Adrian Zapata

zapata.guatemala@gmail.com

Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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En los últimos tiempos, la democracia se había debilitado sustancialmente en el país. En una sociedad donde la mayoría padece la marginación y la exclusión producto de las condiciones estructurales prevalecientes, la democracia, en términos de su formalidad, tiene poca relevancia. Si la política que en ella se practica no logra transformar las referidas condiciones de marginación y exclusión, ¿para qué les sirve a quienes las padecen?

Pero, además, si lo que prima en la política es la corrupción cada vez más descarada, si la conducta de los políticos es completa y cínicamente correspondiente con esa lamentable realidad, ¿cómo puede apreciar la ciudadanía el ejercicio de la democracia si las opciones que se presentan cada vez que hay elecciones se restringen a escoger a quién “le toca” ser el corrupto?

Así estaba la ciudadanía a principios del presente año. Lo único que había era hartazgo, pero no existía en el ánimo de la población ninguna esperanza respecto de un resultado electoral que pudiera servir para algo.

Y ese hartazgo fue el que prevaleció en la primera vuelta electoral y es lo que explica el resultado que hizo surgir a Bernardo Arévalo como una opción a considerar en un balotaje que se realizaría dos meses después.

Las redes corruptas político criminales y una parte importante de las élites empresariales hicieron todo lo posible por evitar el triunfo de Arévalo en la segunda vuelta, pero, a pesar de haberlo intentado por todos los medios posibles, Arévalo obtuvo un arrasador triunfo.

Y, a partir de ese momento, las redes político criminales contando aún con escasos, pero poderosos, integrantes de las élites empresariales como aliados, han impulsado la estrategia golpista.

Paralelamente a todo lo referido, a nivel internacional el consenso sobre el apoyo a la transición del poder hacia Arévalo y Karen ha sido unánime. El Departamento de Estado, la OEA, la UE, y muchos países en particular han actuado de manera coordinada y contundente en apoyo a dicha transición.

Sin embargo, los corruptos golpistas han seguido en su intento. Pero lo que quiero resaltar en medio de todo el contexto referido es que el resultado ha sido la transformación del imaginario ciudadano. Ha transitado de una situación de anomia, desesperanza y hasta indiferencia en relación con la democracia, a una actitud y acción de defensa de ella.

Cada acción emprendida por los golpistas ha tenido como resultado una respuesta social extraordinaria de rechazo. Ha provocado que se reclame el respeto al resultado electoral. La conciencia democrática ha despertado y está enervada. Los golpistas se han ganado la indignación ciudadana generalizada y sus operadores -fiscales, jueces y magistrados cooptados- son los repugnantes villanos.

Las autoridades ancestrales, sujetos políticos nunca antes valorados por la sociedad ladina y racista, se han ganado un reconocido liderazgo en la defensa de la democracia (una que los ha excluido); los barrios y mercados urbanos surgieron como actores políticos territoriales; los ciudadanos que participaron en las mesas electorales son ahora ampliamente reconocidos y valorados; las valientes declaraciones  de los estudiantes y académicos arbitrariamente detenidos se han convertido en las voces de la dignidad ciudadana

Por todo lo anterior es que he titulado esta columna reconociendo el “aporte” de los corruptos golpistas a la democracia. Pero aún falta su principal “contribución”, cuando logremos derrotarlos completamente y Arévalo y Karen tomen posesión el 14 a las 14. Y para llegar a eso, la lucha por la democracia sigue siendo vital.

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