Las movilizaciones sociales en defensa de la democracia han entrado en otra etapa. El punto crítico temporalmente ha pasado, pero podría regresar, dependiendo del desarrollo del proceso golpista que, debilitado, aún se mantiene.
Y este eventual regreso a dicho punto podría manifestarse como una convulsión social generalizada.
Con lo hasta ahora sucedido las movilizaciones han dejado un sustrato de consolidación de ciudadanía. Se fortaleció la comprensión sobre la necesidad de
fortalecer la dimensión participativa de la democracia. Y, al mismo tiempo, se aportó sustancialmente a rescatar la dimensión representativa de la misma, tan desgastada. En pocas palabras, la participación no fue en desmedro de la democracia representativa, sino que para defender su legitimidad. Se participó para hacer valer el voto, piedra angular de la democracia representativa.
Las movilizaciones también construyeron un puente entre las guatemalas que existen. Quedó claro que convivimos en este territorio nacional diversos pueblos, lo que implica distintas nacionalidades, entendidas como los imaginarios colectivos que nos construyen identidad como pueblos. La visión de clases para comprender nuestra sociedad es insuficiente, no digamos las concepciones integracionistas que plantean la destrucción de la identidad indígena y pretenden forzar una homogeneidad que en la realidad es inexistente. La caracterización que se nos dio en los acuerdos de paz de ser una nación multiétnica, pluricultural y multilingüe si bien fue un avance en la lucha por el reconocimiento de la identidad y derechos de los pueblos indígenas, no llegó a comprender que el Estado guatemalteco es plurinacional. Es cierto que todos somos guatemaltecos (as) en la formalidad jurídica, pero en la realidad nacional este concepto desconoce la profundidad de la diversidad que nos caracteriza y que se expresa en el carácter plurinacional que debe reconocérsele a nuestro Estado y construirlo a partir de ello.
Pero más allá de estas consecuencias positivas para el futuro del país, las movilizaciones también demostraron que paralelamente a los grandes acuerdos nacionales que sin duda nos hacen falta, también debe construirse una convergencia nacional que sea el sustento social y político de la plataforma programática de transformación que el nuevo gobierno pretende impulsar. Si Bernardo Arévalo no construye este sustento sus esfuerzos de grandes diálogos y similares acuerdos difícilmente tendrían capacidades transformadoras porque él no podría encender la chispa precursora de dicha transformación.
El sustento social y político del nuevo gobierno deberá ser plural, pero con un horizonte común. En él deben participar empresarios -grandes, medianos y chicos-, campesinos, intelectuales, estudiantes, religiosos, organizaciones de la sociedad civil, organizaciones barriales, comunitarias, etc. Y, por supuesto, las autoridades
ancestrales de los pueblos indígenas, mayas, xincas y garífunas.
Los grandes acuerdos nacionales que ojalá se logren deberán constituir grandes marcos que señalen rumbos de mediano y largo plazo, pero eso no elimina las luchas sociales y políticas que definirán, dentro de esos marcos, la preponderancia de los intereses de las mayorías, que en Guatemala son los pobres y excluidos.