Adrian Zapata

zapata.guatemala@gmail.com

Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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La religión no debería constituirse en la legitimadora de la política. En eso consiste la laicidad. La primera es un derecho individual, privado, inalienable, que debe ser absolutamente respetado por la segunda. 

Sin embargo, en la medida en que la práctica de la política debería ser expresión máxima de la ética, los valores religiosos son muy importantes, porque ellos construyen determinadas visiones éticas sobre la vida. 

De similar manera, el contenido ético de la política tampoco tiene que estar asociado a la religión. El ateísmo, el cual puede ser asumido individualmente por cualquier persona como un derecho inalienable, de manera alguna elimina la ética.

Concretando más lo que intento decir, las iglesias y los partidos políticos, en sus respectivas prácticas, deben ser independientes entre sí. Cuando esto no se logra, el Estado laico no puede existir y la democracia no sería posible o al menos muy limitada, ya que el ejercicio del poder político siempre estaría subordinado al poder religioso, eclesiástico, para ser más preciso. Un Estado adscrito a una religión específica, es decir un Estado confesional, termina eliminando la democracia.

Hechas esas reflexiones conceptuales, no podemos ser maximalista y/o ingenuos y desconocer que en la práctica política subyacen valores religiosos. Para citar un ejemplo, la teología de la liberación en América Latina, que se expresó en la iglesia católica durante la segunda mitad del siglo pasado, favoreció y hasta inspiró la acción revolucionaria. Yo diría aún más que el marxismo. Las guerrillas latinoamericanas, en gran medida, no fueron la opción de los partidos comunistas, aunque muchos de ellos terminaron sumándose.

Y cuando los intereses geopolíticos estadounidenses “defendieron su patio trasero” instrumentalizando a los ejércitos en el continente, parte de esa guerra contrainsurgente fue derrotar esa teología de la liberación. Y lo hicieron a sangre y fuego. Cientos de mártires revolucionarios fueron delegados de la palabra de la iglesia católica. Si no lo recuerda, vaya y mire las columnas que están en el atrio de la Catedral Metropolitana.

Eso es pasado. Pero ahora, las derechas políticas a nivel internacional, y particularmente en Guatemala, recurren al conservadurismo religioso, incluso fundamentalista, para sustentar sus propósitos políticos, es decir, para tener el control del Estado.  Y, a nivel continental, para convertirlo en el sustento ideológico que les sirva para enfrentar ese fenómeno en ascenso que es el “progresismo”, corriente ideológico política de diversos matices de la izquierda.

Pero en nuestro país, la manipulación política del conservadurismo religioso es grosera, hasta el punto de convertirlo en un circo que lo desnaturaliza, porque quienes lo utilizan realmente no lo practican en sus conductas personales. Los adalides de dicho conservadurismo son los mafiosos, los corruptos. Las redes político criminales que tienen cooptada la institucionalidad del Estado están recurriendo a él para alcanzar el pérfido propósito de mantener esa cooptación que les garantiza la continuidad de su impunidad. Su fingimiento es monumental.

Los verdaderos cristianos, evangélicos o católicos, no deberían dejarse manipular por ese discurso hipócrita. Lo que se está decidiendo el 20 de agosto no es el aborto o el matrimonio igualitario. Esos son temas cuya normativa jurídica se define en el legislativo, no en el Ejecutivo. En once días lo que se decidirá es si se inicia un proceso para revertir la cooptación mafiosa del Estado a partir de que el Ejecutivo deje de estar en poder de las redes político criminales o si ellas continúan allí.

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