Adrian Zapata

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Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Hace veinte años Lula fue electo Presidente de Brasil por primera vez. Ahora asumió un tercer mandato, dos décadas después. En el 2002 inició su discurso de toma de posesión con la palabra “cambio”. Y el primer cambio era que un representante de la clase obrera lograba, mediante mecanismos democráticos, llegar a ocupar la Primera Magistratura.

El pasado domingo, en su discurso de toma de posesión, Lula defendió la democracia y reconoció el papel del Supremo Tribunal Electoral, cuya legitimidad resulta fundamental para ello. Reivindicó la política, inherente a la democracia. Volvió a señalar el papel del Estado. En ambos casos está enfrentando uno de los mayores “éxitos” del neoliberalismo, en términos ideológicos, haber logrado desprestigiar a ambos, argumentando la defensa de las “libertades individuales” y deificando el mercado.

Al final de su discurso, con contundencia, dijo “Reafirmo, para Brasil y para el mundo, la convicción de que la Política, en su más alto sentido –a pesar de todas sus limitaciones– es el mejor camino para el diálogo entre intereses divergentes, para la construcción pacífica de consensos. Negar la política, devaluarla y criminalizarla es el camino de las tiranías”.

El supuesto que planteó Lula en esta ocasión fue que “Ninguna nación se ha levantado ni puede levantarse sobre la miseria de su pueblo”. Afirmó que su programa de gobierno es “implementar los preceptos constitucionales, empezando por el derecho a una vida digna, sin hambre, con acceso al trabajo, a la salud y a la educación”. Dijo que la misión de su vida “se cumpliría cuando cada brasileño y brasileña pudiera comer tres comidas al día”.

Sintetizando su propuesta de gobierno, afirmó: “Los derechos e intereses de la población, el fortalecimiento de la democracia y la recuperación de la soberanía nacional serán los pilares de nuestro gobierno”, agregando que “Este compromiso comienza con la garantía de un Programa Bolsa Familia renovado, más fuerte y más justo, para atender a los más necesitados. Nuestras primeras acciones tienen como objetivo rescatar a 33 millones de personas del hambre y rescatar de la pobreza a más de 100 millones de brasileños y brasileñas, que han llevado la carga más dura del proyecto de destrucción nacional que hoy termina”.

En términos de la economía, Lula también señaló la necesidad de una “economía inclusiva”, para lo cual, “Los bancos públicos, especialmente el BNDES, y las empresas que promueven el crecimiento y la innovación, como Petrobras, tendrán un papel fundamental en este nuevo ciclo. Al mismo tiempo, vamos a impulsar a las pequeñas y medianas empresas, potencialmente las mayores generadoras de empleo y renta, el emprendimiento, el cooperativismo y la economía creativa”. Esto significa que reconoce que los actores económicos no son únicamente los privados, entendiendo como tales a los empresarios tradicionales. También está el Estado como un actor económico (contrario al sueño de los neoliberales de sacarlo de la economía) y la de los actores de la llamada “Economía Social” (pequeños y medianos emprendedores. Cooperativas, organizaciones campesinas, etc.), que las visiones neoliberales pretendían eliminarlos por ineficientes ante el reinado absoluto del mercado. Insistiendo en esta dirección dijo que “La rueda de la economía volverá a girar y el consumo popular jugará un papel central en este proceso”. Avanzar en estos propósitos implica una economía incluyente y un Estado fuerte (que no necesariamente es lo mismo que autoritario).

Su compromiso con la sostenibilidad ambiental estuvo presente en su discurso, para lo cual deberá desmontar la barbarie de las políticas de su antecesor, el despreciable Bolsonaro. Muestra de esta voluntad es el nombramiento de Marina Silva, reconocida activista amazónica, como su Ministra de Medio Ambiente.

Así es como el gigante Brasil se suma al “progresismo” en América Latina. Y, mientras eso sucede en nuestro continente, en Guatemala seguimos, por ahora, con la cabeza metida en el hoyo que ha cavado la “Convergencia Perversa” que controla el Estado (mafias político criminales, élites empresariales y narcotráfico).

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