Por: Adrián Zapata
El pasado martes 20 del mes en curso el Presidente Colombiano, Gustavo Petro, pronunció un discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, que podríamos resumir en las siguientes oraciones: “La guerra contra las drogas ha fracasado. La lucha contra la crisis climática ha fracasado”.
La vinculación entre esos dos fracasos resulta esencial para desnudar la hipocresía de quienes promueven esa guerra, así como de aquellos que devoran los recursos naturales al mismo tiempo que se autoproclaman ambientalistas.
El vínculo principal entre drogadicción y destrucción del ambiente radica en la frustración de los “perdedores” ante la imposición de la lógica de la competencia que le es inherente al sistema predominante. Petro lo señaló con propiedad al decir “La adicción al dinero y al tener, tiene otra cara: la adicción a las drogas en las personas que pierden la competencia, en los perdedores de la carrera artificial en que han transformado a la humanidad.”. La culpabilidad de esa adicción la ubica en una “sociedad educada en el consumo sin fin, en la confusión estúpida entre consumo y felicidad que permite, eso sí, que los bolsillos del poder se llenen de dinero.”. Sentencio categóricamente que “Nosotros les servimos para excusar los vacíos y las soledades de su propia sociedad que la llevan a vivir en medio de las burbujas de las drogas.”.
Esa realidad es la que explica la demanda de las drogas, que viene desde el norte desarrollado, es decir, desde Europa y los Estados Unidos. Desde allí cínicamente se reclama la destrucción de la coca. Y “para destruir la planta de coca arrojan venenos, glifosato en masa que corre por las aguas, detienen a sus cultivadores y los encarcelan. Por destruir o poseer la hoja de la coca mueren un millón de latinoamericanos asesinados y encarcelan a dos millones de afros en la América del Norte. Destruid la planta que mata gritan desde el norte, pero la planta no es sino una planta más de los millones que perecen cuando desatan el fuego sobre la selva.”.
La razón de fondo de las afirmaciones de Petro es que el capitalismo voraz degluta nuestro planeta y determina la competencia permanente en la lucha por lograr la reproducción ampliada del capital, a como dé lugar; y, en esa carrera suicida, los seres humanos individualmente compiten entre sí para “realizarse” mediante el consumo sin fin.
Por eso, alinearse con la cínica guerra contra las drogas que ha demandado el poder imperial no es el camino. América Latina pone los muertos y los recursos que esa guerra requiere, mientras el norte provoca la demanda y vende las armas con las cuales nos asesinan los narcotraficantes. México es un buen ejemplo de ese sinsentido, particularmente durante la administración del expresidente Felipe Calderón, con los miles de mexicanos muertos en ese vano esfuerzo.
La adicción generalizada a las drogas es un problema de salud pública y de las condiciones socioeconómicas prevalecientes, que son de orden estructural. No debería ser un problema de seguridad nacional. Los campesinos colombianos, y de otros países latinoamericanos, seguirán cultivando la coca porque tal práctica radica en dichas condiciones estructurales existentes esos territorios que los arrincona hacia ello.
El discurso de Petro debe ser apreciado más allá de las diferencias políticas coyunturales que puedan existir en Colombia y en la región. Se impone escuchar su propuesta cuando dice “Les propongo como presidente de uno de los países más hermosos de la tierra, y de los más ensangrentados y violentados, acabar la guerra contra las drogas y permitir que nuestro pueblo viva en paz. Convoco a toda América Latina en este propósito…”.