Adrian Zapata

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Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Por: Adrián Zapata

Hace algunos días, en el cierre de la primera gira nacional de afiliación, formación y organización del partido VAMOS, el controversial Miguel Martínez explicitó la estrategia de su partido para mantenerse en el poder, ahora y en el futuro. Hay dos cuestiones esenciales que ella contiene, ambas pertinentes en el juego democrático.

La primera se refiere a la capacidad de hacer alianzas políticas para poder gobernar, tanto de cara a los poderes locales (alcaldes), como nacionales (diputados). Buscar consensos expresados en acuerdos, es deseable en una democracia. Además, la gobernanza así lo requiere. Sin este logro un gobierno tendría muchísimas dificultades para impulsar su agenda programática.

Y la segunda cuestión expresada fue continuar en el poder ganando las siguientes elecciones, lo cual también es una aspiración política legítima de cualquier partido, con el propósito de darle continuidad a su agenda programática. Cuatro años en el gobierno son absolutamente insuficientes, máxime cuando se trata de pretensiones programáticas que requieren continuidad.

Por lo dicho, la crítica a Miguel Martínez simplemente porque ha explicitada la estrategia de su partido y del gobierno no es acertada. Sin embargo, los argumentos que he expresado, aunque formalmente tienen validez teórica, en términos sustanciales pierden legitimidad en el caso que ahora comento. La razón es que el poder siempre debe ser un medio y no un fin en sí mismo. Por consiguiente, hay que analizar los propósitos que se persiguen con la “gobernanza” que requieren y con las alianzas que construyen para ganar las elecciones en el 2023 y poder continuar en el poder.

Y ese es el punto toral en el análisis del discurso del histriónico Miguelito. Su pasión lo desborda y no resiste la seducción de las tarimas para evidenciarse. Las “multitudes” lo encandilan. Por eso canta, grita, abraza, besa, adora a su Presidente y bendice a su público y al país (tal como lo hace su ídolo). Pero lo que no transparenta son las razones fundamentales que inspiran la estrategia que confiesa y los medios que utiliza para lograrlo.

Comencemos por el tema de las alianzas político partidarias. La aspiración en este caso es cohesionar a las redes político criminales, es decir a esos actores cuya principal fuente de acumulación son los negocios ilícitos con el Estado, en los cuales el presupuesto nacional se convierte en el botín a conquistar. Esta acumulación ilícita de capital les permite, no sólo el enriquecimiento individual como su principal objetivo, sino también obtener los recursos que se requieren para las campañas electorales, absolutamente clientelares, a través de las cuales puedan ganar las siguientes elecciones. Así continuarían con los procesos de acumulación ilícita de capital. A esto aspiran en el año 2023.

Ahora bien, esta cohesión de las redes político criminales se proyecta de manera directa hacia la “Convergencia Perversa” en la cual participan, donde están las élites empresariales, sectores conservadores fundamentalistas y el narcotráfico que subyace. Miguelito está expresando la fortaleza del liderazgo que tienen esas redes político criminales en dicha convergencia. Por ello, su pasional transparencia debería provocar la rectificación de las élites empresariales que de aliados pasarán pronto a ser despreciados subordinados (¿no aprendieron con Daniel Ortega?) y de los actores progresistas que deberían entender que ahora es el momento de dejar de pelear entre ellos por ver quién va a perder.

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