Por: Adrián Zapata
Los tres temas que titulan la presente columna constituyen un Triángulo Fatal, porque acaban con la democracia y hacen imposible la cohesión social. Así resulta imposible la legitimidad de un Estado. Los bloqueos de carreteras ocurridos en los últimos días, impulsados por Codeca, son expresiones de esa dramática realidad nacional. En el mismo sentido se dio la valiente iniciativa del Cardenal Álvaro Ramazzini y otros, con ocasión de la conmemoración de los 24 años transcurridos desde el asesinato de Monseñor Gerardi, sólo que ahora referida a resistir el intento de imponer la #DictaduraDeImpunidad por parte de lo que muchos denominan “el pacto de corruptos”.
Las críticas que se le hacen a Codeca por promover estas movilizaciones están referidas, por una parte, a la afectación del derecho a la libre movilización de quienes pretenden transitar por las vías bloqueadas. Por otra parte, debido a que las reivindicaciones planteadas son diversas y constituyen una dispersión de pretensiones, sin capacidad de priorizar. Éstas van, desde la denuncia del alza en el costo de la vida, hasta la renuncia del presidente Giammattei, pasando por el rechazo a la imposición de la candidatura de la actual Fiscal General por un nuevo período. Pero, además de esas críticas, también se les señala de pretender fortalecer un proyecto político electoral, ya que Codeca participa en esa dinámica, cuya viabilidad crea pavor entre las derechas guatemaltecas.
Ahora bien, el Triángulo Fatal provocará, más pronto que tarde, una debacle del sistema de cooptación del Estado que ahora prevalece. Las razones de esta afirmación son, entre otros, las siguientes: 1) Los efectos de la pandemia y de la crisis mundial que provoca el conflicto bélico en Ucrania inciden en la profundización de la pobreza, porque el costo de la vida está subiendo aceleradamente, afectando dramáticamente el acceso a los alimentos y a los servicios básicos para los pobres (ya hay suficiente evidencia al respecto). Esta situación es mucho más impactante en la desesperación de la población que cualquier otra de orden superestructural; 2. El descaro y soberbia con el cual actúan los actores que convergen en la cooptación de la institucionalidad estatal los lleva a actuar de manera grosera, sin respetar forma alguna. No les importa guardar ninguna apariencia y utilizan esa institucionalidad para reprimir “legalmente” cualquier expresión de oposición a sus prácticas corruptas y para resguardar la impunidad que las acompaña. Esta intolerancia empuja a la inconformidad cada vez más generalizada; 3. Ese poder político coyunturalmente concentrado en dichos actores les crea un imaginario de poder pleno, sin contrincantes, que da lugar a que se desarrollen entre ellos luchas por hegemonizar esa depravada convergencia; 4. No existe un liderazgo que pueda neutralizar la indignación que crece entre todos los sectores sociales. El Presidente, Director de esa orquesta de corruptos, es un personaje con los índices más bajos de popularidad en el continente, no es un caudillo “populista” que pueda manipular a las masas; 5. Estados Unidos, como potencia hegemónica, a pesar de su declive mundial, tiene capacidades de incidencia, aún no desarrolladas con suficiente plenitud, que pueden golpear las pretensiones de los actores que mantienen cooptado al Estado; y 6. Crece una ola de resistencia territorial que eventualmente puede construir una fuerza social transformadora.
En conclusión, el Triángulo Fatal, grave para la democracia y la cohesión social, puede ser el sustento de una explosión de indignación ciudadana y de desesperación social que traiga al piso la cooptación del Estado que ahora sustenta los intereses de ese llamado pacto de corruptos y que, eventualmente, pueda inducir un proceso de transformación estructural.