Por: Adrián Zapata
El pasado 28 de noviembre se realizaron elecciones en Honduras. La izquierdista y abiertamente socialista Xiomara Castro ganó con amplia ventaja sobre su opositor de derecha. La participación ciudadana superó las cifras de otros eventos. Una semana antes habían sido las elecciones en Chile, donde hubo un empate técnico entre los candidatos abiertamente antagónicos, el ultra derechista José Antonio Kast y el izquierdista Gabriel Boric, en cuya plataforma política el Partido Comunista tiene un rol beligerante. La leve ventaja de Kast obliga a un balotaje en dos semanas.
Honduras y Chile son países muy distintos. Expresan, esquemáticamente, la realidad latinoamericana. El primero es derivado de las llamadas república bananeras, con altos índices de pobreza y raquítica tradición democrática. El comprometimiento de su actual gobierno con el narcotráfico es más que conocido, al punto que es posible que el Presidente cambie su residencia presidencial por una prisión en Estados Unidos, cuya bendición permitió, hace cuatro años, su reelección, pese al fraude cometido para ello.
Hace apenas doce años los militares y la oligarquía, con el respaldo de los Estados Unidos, dieron un golpe de estado, capturando al Presidente democráticamente electo, Manuel Zelaya, y lo sacaron del país en pijama. Ahora su esposa gana la Presidencia.
Chile es de los países en el continente con mayor tradición política. Sus ciudadanos saben de partidos, de ideologías y de plataformas programáticas correspondientes con ellas. Las condiciones socioeconómicas son muy diferentes a las prevalecientes en Honduras.
Tienen en común que ha habido en ambos la irrupción de un movimiento transformador de la realidad económica, social y política. La Constituyente en Chile, electa hace cinco meses, expresó la decisión del pueblo chileno de redactar una nueva Carta Magna, para sustituir al engendro neoliberal de la constitución Pinochetista. En Honduras, el triunfo de la señora Castro es la expresión de un movimiento de resistencia que nació como reacción al golpe de Estado que derrocó a su esposo en el 2009.
Pero lo que quiero resalta en esta comparación de fenómenos electorales es la polarización que se expresa en ambos, lo cual también está sucediendo en otras latitudes de nuestro continente.
Xiomara Castro no ha ganado las elecciones a partir de una imagen moderada, sino que de abierta definición ideológica y política; no recurrió a planteamientos “centristas” para ganar las elecciones. Kast y Boric, por su parte, fueron abiertamente antagónico en sus discursos, los cuales se han tenido que mover al centro, después de la primera vuelta. Boric supera a Kast en intención de voto para el balotaje, según las últimas encuestas.
Si esta polarización es la tendencia en América Latina, ¿cuáles son los márgenes de gobernanza que tienen los gobiernos progresistas que salgan electos a partir de atrincheramientos ideológicos?
Chile deberá encontrar el punto en el cual las nuevas generaciones entiendan las enormes virtudes de la Concertación para volver a la democracia y los riesgos aún vigentes de la vuelta al autoritarismo cuasi fascista. La rueda de la historia no gira siempre hacia adelante. Honduras significa una oportunidad para que la izquierda gobierne construyendo una convergencia amplia que, sin abdicaciones ideológicas oportunistas, comprenda la necesidad de la amplitud.
Esa comprensión, que no es necesariamente claudicación, es la que puede darle gobernanza a una opción que pretenda ser gradualmente transformadora en esos países y en América Latina.