Adrián Zapata
El discurso de Giammattei ante la ONU la semana pasada fue de verdades contundentes, pero dicho desde una boca mentirosa.
Me refiero básicamente a las afirmaciones que el Presidente hizo respecto al principio de la no intervención en los asuntos internos de los países y el respeto a la libre autodeterminación de los pueblos. Ninguna ayuda puede ser utilizada para atentar contra esos principios universales.
También es acertado señalar la responsabilidad que corresponde a los Estados Unidos como el principal consumidor de las drogas que se producen y trasiegan en y desde el sur del continente. Mientras haya demanda, habrá producción y tráfico. Incluso, le faltó decir que el armamento de esos criminales proviene del norte. Dijo, también con razón, que los recursos que se requieren para librar la lucha contra el narco en nuestros países podrían ser utilizados para mejorar los índices de desarrollo humano. Aportó cifras sobre la cantidad de guatemaltecos que mueren en la lucha contra el narcotráfico.
Sin embargo, el discurso de Giammattei no puede analizarse en abstracto, sino debe entenderse en el contexto político prevaleciente en el país. Y, desde esa perspectiva, no sólo carece de legitimidad, sino desnaturaliza preceptos válidos porque en el caso concreto que él defiende no está de por medio la soberanía, ni la autodeterminación de los pueblos. Lo que el Presidente guatemalteco defiende es la cooptación de la institucionalidad estatal por parte de las redes político criminales, la cual incluye al Ejecutivo, el Legislativo, el Poder Judicial, el Ministerio Público, las autoridades electorales, etc. Por consiguiente, Giammattei no defienden la soberanía nacional, ya que ella radica en el pueblo y no en los actores criminales que él representó en esa alocución.
Las presiones que hace la Administración Biden para que esta cooptación no se consolide son, una vez más en la historia de la política norteamericana, una expresión de la defensa de la “seguridad nacional” de ese país. Sin embargo, contrario a lo que ha sido en la historia patria, ahora existe una afortunada coincidencia coyuntural entre ese interés estadounidense y los nuestros como guatemaltecos.
Ahora bien, hay que tener claridad en que por muy afortunada que sea esa coincidencia coyuntural, la misma no valida la política intervencionista de una potencia mundial en los asuntos internos de otros países. Sin embargo, este fenómeno muestra la posibilidad de que haya convergencias reales y legítimas entre los intereses de ese poderoso país y los nuestros, lo cual podría permitir construir relaciones respetuosas, de colaboración incondicional y de respeto. Pero, dadas las obvias y abultadas asimetrías existentes, esta relación debería tener dos supuestos fundamentales: la concertación nacional plural que permita hablar desde la unidad nacional y la negociación regional latinoamericana y caribeña con los Estados Unidos.
El primer paso para lograr esa concertación es derrotar a las redes político criminales y alcanzar consensos nacionales respecto de un nuevo pacto social constitucional. Y para estar en condiciones de negociar como región, el fortalecimiento de la CELAC puede ser el camino, sin negar la necesidad, como ya lo he expresado anteriormente, de construir un espacio multilateral donde nos relacionemos con los Estados Unidos y Canadá.