Adrian Zapata

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Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Por: Adrián Zapata

La crisis política que vivimos se caracteriza, entre otras cosas, por la alineación de diferentes factores, nacionales y externos. Algunos de estos son los siguientes.

Una política imperial de seguridad nacional (su seguridad nacional, concepto que obviamente no conoce fronteras) que es resistida desde el atrincheramiento de una convergencia sui géneris de actores. Las élites empresariales, históricas aliadas de los Estados Unidos y corresponsables en gran medida de la dramática historia de terror que vivimos durante la guerra, están entre dichos actores atrincherados, con un poco, no mucho, de disimulo. También están allí vestigios del militarismo, aquél que fue utilizado en la guerra para reprimir y arrasar poblaciones en la “heroica” lucha contra el comunismo, barbarie que tuvo como objetivo fundamental eliminar la “subversión” a sangre y fuego. Pero el “núcleo duro” de esta resistencia son las mafias político criminales, enriquecidas a partir de la corrupción y los negocios fraudulentos con el Estado, las cuales cuentan ahora con un liderazgo presidencial que le da energía a la resistencia, dada su irascible subjetividad. Subyace en esta convergencia de atrincherados el narcotráfico que ha logrado convertir a Guatemala en un lugar relevante para el tránsito de las drogas hacia el norte.

Esta realidad es inédita, las derechas, los corruptos, los mafiosos y los integrantes del crimen organizado se han vuelto “anti imperialistas” y resisten desde la posición de una hipócrita defensa de la “soberanía”.

Y todo lo anterior, en medio de una pandemia atrozmente manejada por el gobierno con los costos que todos conocemos.

Nuevamente en el país hay indignación ciudadana. Pero la diferencia sustancial es, como ya se ha dicho, el liderazgo inédito de los pueblos indígenas, lo cual le da una nueva dimensión a la movilización social que ahora se expresa nacionalmente.

¿A dónde va Guatemala ahora? Visto muy simplistamente, podemos vislumbrar las siguientes rutas: 1. Que este liderazgo de las autoridades ancestrales sea capaz de convocar la más amplia convergencia nacional, sin dejarse arrastrar por los maximalismos seculares, que siempre terminan haciendo inviable lo posible; 2. Que comience una disputa del liderazgo social, produciendo una fragmentación que termine por desgastar pronto la potencialidad de esta movilización; 3. Que nuevamente, la crisis política se resuelva con un acuerdo de élites que limite dicha potencialidad transformadora, fundiendo los fusibles que sean necesarios (comenzando por la Fiscal General) para que haya una recomposición de los factores tradicionales de poder, con el beneplácito imperial y ahora con la bendición de la Conferencia Episcopal.

La crisis que vivimos plantea una oportunidad para el país. CODECA tiene razón cuando propone un gobierno de transición, aunque puede estar sobre estimando la profundidad del cambio posible. La renuncia de Giammattei sería tan solo el primer paso en este acertado rumbo.

Cómo sería este gobierno de transición es la primera pregunta que habría que responder en un auténtico diálogo nacional. Construir un nuevo pacto social debería ser el propósito (una nueva Constitución). No es el socialismo lo que está en el horizonte político posible, tampoco la fragmentación nacional que muchos equivocadamente temen. En el nuevo escenario mundial y regional latinoamericano, caracterizado por el agotamiento del modelo neoliberal, hay condiciones para este nuevo pacto social, incluyente en términos económicos, sociales, políticos y culturales. Ojalá logremos avanzar en esa dirección, nos conviene a todos los que no estemos coludidos en lo que algunos denominan “pacto de corruptos”.

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