El continente que fue parte de los territorios donde algún pretencioso rey dijera “nunca se pone el sol”, inició el siglo XXI poniendo en la vitrina de la desconfianza y la crítica a la democracia como sistema que le dé comodidad social, desarrollo y bienestar.
Desde Chile hasta México, incluso en los países que se han plantado como paladines de la democracia, sus habitantes han sido testigos que en doscientos años los políticos se han saltado los principios de la democracia como libertad, justicia social, participación, organización social, solidaridad, pluralismo, respeto a la diversidad, igualdad y equidad aprobados en sus Constituciones Políticas Nacionales. Han electo gobiernos populistas de derecha como de izquierda que ha aprendido a gobernar de la misma manera, con autoritarismo y desvinculándose de la realidad, con honrosas excepciones.
En el tercer año de la segunda década del siglo XXI, el saldo de la democracia es que está siendo cuestionada, usada y atacada. Como diría Marta Lagos fundadora y directora de Latinobarómetro “el votante latinoamericano es muy pragmático. Es racional, pero está enojado.” El enojo es lo que resalta.
Así que tenemos más pobres en una región que se vende como expertos en mantener el crecimiento económico. Es la región donde la denominación racista y clasista de “muertos de hambre” tiene sentido y adquiere una fuerza de realidad que hace proveer acciones populares en el corto plazo. El impacto de la sociedad que tiene como producto de mayor exportación a su población económicamente activa es alto. Para el caso de Guatemala más de 17 mil millones de dólares. Fundamentalmente mano de obra indígena rural que migra a los Estados Unido y envía estos recursos a las regiones identificadas como las que sufren de mayor desnutrición crónica de América Latina y una de las diez regiones del mundo. Pero también es la región recipiendaria de remesas con la mayor biodiversidad biológica y cultural de Mesoamérica; la que mantiene en Centroamérica la mayor cantidad de sistemas alimentarios ancestrales; la que preserva los bosques; es la región que según el Consejo Nacional de Seguridad tiene el menor índice nacional de delincuencia violenta. Es la región de pobreza extrema, menor inversión estatal y donde viven los pueblos indígenas.
En este contexto local donde los pueblos indígenas no son minoría (+43% población con municipios que tienen arriba del 70%), tenemos una democracia frágil. Los poderes oscuros que durante más de doscientos años han controlado los aparatos de Estado en su beneficio y han levantado poderosas empresas a la sombra de los gobiernos, se resisten a abandonar este recurso.
Efectivamente la democracia entró en receso en el mundo, especialmente en América Latina. La deuda histórica más grande es que la democracia fue incapaz de producir ciudadanía, ni demócratas. Su receso también trae consigo el cuestionamiento de la juventud que sumado al voto critico de los mayores de treinta años está cambiando el rumbo de la historia. La experiencia de México, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Venezuela, Ecuador, Perú, Colombia, Bolivia, Brasil, Argentina y Chile están redibujando la historia de la región. Y los escenarios del futuro cercano no siempre se perciben positivos en una región que comparte la desigualdad y la pobreza de sus habitantes. La influencia de la economía global no es menor y en la mayoría de los casos es determinante para mantener las condiciones de pobreza y marginalidad de estas sociedades.
Los riesgos son muy peligrosos. Precisamente porque las exigencias son altas ante la crudeza de las necesidades de la sociedad y la deuda histórica del Estado. En cada país podemos encontrar luces y sombras. Riesgos y oportunidades. Es responsabilidad de los gobiernos dar prioridad a las necesidades más sentidas, a las lecciones de la historia, a la sabiduría de las comunidades y a la reserva moral que tienen los pueblos indígenas, para conducir a las sociedades en rumbos de beneficio colectivo. Dar confianza para que juntos construyan la paciencia que estos momentos necesita la región para acompañar las decisiones transformadoras en beneficio de los millones de pobres y excluidos en América Latina.
Es el mejor momento para pensar el nuevo papel del Estado y la función de la democracia ante el mercado y especialmente ante las necesidades sociales. La pregunta de cómo hacer efectivo el mandato constitucional de “bien común” parqueado y orillado ante los mandamientos de las escuelas de negocios que imponen los ritmos del mercado que solo exigen ganancia sin construcción del Estado.
Reconocer que nuestras democracias han fracaso es un primer paso, igualmente que nuestros sistemas económicos son maquinarias de producción de pobreza y motores de desigualdad sin freno, y que todo esto nos lleva a ser sociedades al límite permanente del conflicto.
Hoy tenemos una esperanza en Guatemala. Si finalmente Bernardo Arévalo toma posesión el 14 de enero 2024 como esperamos muchos, se inicia el largo camino de la construcción del Estado que nunca hemos tenido y la sociedad que siempre debimos proteger como comunidad imaginada basada en la solidaridad y una aspiración compartida.
Cobán, Alta Verapaz. Guatemala.