Hasta ahora el mundo occidental ha tenido éxito en su seducción por la democracia a las sociedades organizadas. Los franceses, los norteamericanos, los ingleses entre otros europeos han encabezado la causa por un sistema político donde se impone la mayoría. La situación ha sido significativa en muchos términos para la vida de los sistemas políticos porque persisten “sistemas políticos no democráticos”. Y si aceptamos la máxima de que “cada pueblo tiene el gobierno que quiere” debemos reconocer que es el pueblo el que decide, nombra y tumba a sus autoridades.
Pero la cuestión no es tan simple.
En este momento contemporáneo vemos nuevos actores más allá de los ciudadanos (que no son todos los habitantes de un Estado), los partidos políticos (que no siempre cumplen con la teoría de la representación, organización, debate y propuesta social), las autoridades electorales (que tienen sombras de credibilidad en muchos casos, de idoneidad en más, de respetabilidad de decisiones, de sentido común y de respeto al espíritu del pacto constitucional que funda el Estado). Los nuevos actores demuestran su influencia y quizá más determinantes son los que tienen los recursos para hacer funcionar el sistema político (democrático o no).
Desde el inicio de la democracia los financistas privados de los partidos políticos y el financiamiento por la vía de los recursos públicos son determinantes. Pero había existido una línea imaginaria que se respetaba o se aparentaba respetar. Y esto mantenía la credibilidad de los regímenes políticos que se planteaban como democráticos. Ya no sucede. Hoy los financiadores crean partidos, los posicionan con mercadeos pobres de debate y de propuesta y los llevan a ser parlamentarios o presidentes de los organismos ejecutivos al servicio del mercado. Así los financiadores son los nuevos jugadores determinantes, más que los ciudadanos comunes habitantes anónimos de los Estados. Lo que sucedido en el mundo desde el inicio de la creencia en la democracia es su lenta privatización, hoy ya no es un bien colectivo, es privado. Esto se vuelve más grave aún con el financiamiento desde la criminalidad organizada. El mundo está siendo testigo de cómo se vuelven mas poderosos, “más limpios”, más organizados y con mayor capacidad de influir en las instituciones de Estado a través del financiamiento de los partidos políticos, la corrupción, el chantaje y la coerción. El asesinato del candidato presidencial Fernando Villavicencio en el Ecuador es una muestra de ello entre otras en el mundo.
Además, y en franca relación a los financistas, ahora son actores determinantes también los medios de comunicación con el agravante de las redes sociales anónimas en la internet. Como diría Umberto Eco “el drama de internet es que ha promocionado al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad”. Así que, de la propaganda política y el debate electoral del siglo pasado, hemos llegado las “fake news”, la desinformación, las mentiras de los medios manejadas como noticias creando narrativas que destruyen la democracia en “tiempo real” y levantan ciudadanías de cartón.
Mucho de esto ya lo venía sufriendo la democracia moderna, hasta que los mismos que se proclaman apóstoles de la democracia inician su descrédito de manera más institucional y usando todos los recursos que tiene a su disposición (que no son pocos), dañando lo que se había instaurado en el mundo como el ejemplo de ejercicio de ciudadanía, de división de poderes, de respeto al ciudadano, de libertad de prensa, de culto y de credibilidad de las instituciones. Todo lo mandaron a la basura y ahora tratan de enmendar en medio de una crisis que se puede volver constitucional.
En la última década, los informes sobre la aceptación de la democracia en el mundo demostraban una baja en su calificación social. Centros de pensamiento de Europa y Estados Unidos alertaban de una disminución del aprecio de la democracia en regiones como Asia y especialmente en América Latina. ¿Cómo creer en algo que no funciona? Solo para mencionar un ejemplo, la democracia de Guatemala no ha permitido tener un / una gobernante indígena, nunca ha superado el 20% de la representación legislativa, ni la representación en los gabinetes de gobierno ni superado el 5% de participación en el cuerpo diplomático. Ante ello ¿cómo pedir a los pueblos indígenas de Guatemala (43% según último censo) que acepten como útil y beneficiosa la democracia? ¿Se superará alguno de estos aspectos con el nuevo gobierno que toma posesión el 14 de enero de 2024?
El reto contemporáneo es devolver a las sociedades la ilusión por la democracia. La posibilidad de encontrar desde la política la solución de los problemas económicos, culturales y sociales que la sociedad tiene desde siempre. Esta es la deuda que muchos de manera cínica tratan de obviar al decir “el problema de la pobreza no es un asunto de la democracia”. Si la democracia construye una cultura de toma de decisiones y desde allí elegimos dirigentes que tienen opciones de respuesta presentados en dinámicas electorales (campañas de ofrecimiento), deberían demostrar su efectividad.
Estamos ante un nuevo ciclo de la democracia que tiene que responder a nuevos y viejos retos. Siguen pendientes los desafíos del fortalecimiento de los partidos políticos o la constitución de auténticos; el reconocimiento de la diversidad dentro de marcos de igualdad de participación política, de la construcción de auténtica cultura de ciudadanía que hace de los habitantes ciudadanos con comprensión del colectivo, que comulgan los imaginarios de futuro y son responsables con la tarea de superar sus problemas presentes participando con conocimiento de causa. Hasta el día de hoy, más de 50 millones de indígenas son ciudadanos de tercera categoría en América Latina, más de cinco millones en Guatemala.
Como diría la doctora Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz “la democracia no es una meta que se pueda alcanzar para dedicarse después a otros objetivos; es una condición que solo se puede mantener si todo ciudadano la defiende”.
Pero primero tenemos que conquistar nuestra ciudadanía, todos.
Cobán, Alta Verapaz, Guatemala.