La falta de ética profesional es un tema que domina con creciente frecuencia los medios de comunicación y la conversación pública en Guatemala. El Índice de Percepción de la Corrupción (IPC) de Transparencia Internacional ha situado a Guatemala históricamente con puntuaciones inferiores a 50 sobre 100. En el índice más reciente, que evalúa el desempeño del 2023, la nación obtuvo una puntuación de solo 25/100, posicionándose entre los países con mayores desafíos en materia de probidad. Una puntuación tan baja implica que empresarios y expertos perciben una alta incidencia de conductas no éticas entre los profesionales que laboran o interactúan con el sector público y privado, manifestadas en sobornos, robos, desvío de fondos o el uso del cargo para beneficio privado. ¿A qué podemos atribuir esta sistemática erosión de la ética y la moral profesional? Si bien las causas son múltiples, la atención la quiero fijar en dos factores interconectados: la formación académica y el ambiente estructural.
En todos los niveles educativos de Guatemala, existen códigos y programas académicos que abordan las dimensiones ética y moral del individuo. El problema central, sin embargo, reside en la falta de análisis e información sobre la eficacia real (el marco teórico) y el impacto vivencial de estas enseñanzas (conducta recta).
No obstante, es crucial entender que el título universitario no garantiza la ética. La verdadera cualidad profesional reside en el grado de conciencia sobre las funciones, las responsabilidades y las consecuencias de las acciones a las que un ser humano está sometido. El profesional que egresa de las aulas con principios claros se encuentra, casi de inmediato, con una realidad que los pone a prueba: El Impedimento Estructural: Corrupción e Impunidad. En esto, la pregunta fundamental es: ¿Es la estructura social y política un impedimento para el cumplimiento ético y moral? La respuesta es un rotundo sí, especialmente en contextos como el guatemalteco, donde la corrupción y la debilidad institucional no son fallas esporádicas, sino problemas estructurales.
Numerosos análisis han señalado que la ética profesional no se ejerce en un vacío; está profundamente influenciada por el «ambiente ético» imperante que crea un ciclo que va del hogar a la vida profesional. En tal sentido, la dificultad para el profesional honesto se centra en una serie de factores sistémicos que crean presiones y oportunidades para la conducta no ética:
1º El Ciclo de la Impunidad: En países con débiles Estados de Derecho, la falta de consecuencias reales por actos inmorales o ilegales socava la motivación ética. Si un profesional observa que sus colegas o superiores corruptos no son sancionados (convirtiéndose en un modus vivendi), el costo percibido de la transgresión se reduce.
2º Acoso Institucional: Paradójicamente, el profesional íntegro puede enfrentar acoso, marginación o amenazas si intenta denunciar o resistir prácticas corruptas. Esto crea un entorno de riesgo para la integridad.
3º Infiltración Estructural: La corrupción es un fenómeno que baña a toda la sociedad, los poderes del Estado y el sector empresarial, obligando al profesional a operar en un sistema donde el soborno o el favoritismo se perciben como la norma de facto.
Lo anterior se ve arropado por factores socioeconómicos y de liderazgo que agravan el dilema ético:
1º Precarización e Inseguridad Laboral: Las presiones económicas y la desigualdad pueden llevar a dilemas éticos donde la supervivencia obliga a algunos profesionales a incurrir en actos no éticos. Esta situación se agrava por el clientelismo y el nepotismo, donde el acceso a puestos y ascensos se basa en la lealtad política o los lazos familiares, devaluando el mérito, la competencia ética y la integridad.
2º Falta de Ética Pública (Liderazgo): La Cultura de Doble Moral se consolida cuando los líderes políticos y altos funcionarios demuestran continuamente una falta de ética pública, enviando el mensaje a la sociedad de que la probidad es un ideal y no un requisito operativo. Si a esto se suma un criterio que prioriza el lucro desmedido o el abuso de poder sobre los valores éticos, la cultura organizacional y social se degrada.
En consecuencia, si bien la responsabilidad final es siempre individual, la estructura social y política funciona como un potente factor situacional. Al recompensar la deshonestidad castiga la integridad y ello dificulta enormemente que los profesionales mantengan su compromiso ético y moral, perpetuando la crisis de confianza que hoy nos ocupa.







