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Todos deseamos un cambio de identidad política y social. La mayoría solo lo espera (algo así como el pueblo de Israel esperó el descenso de Moisés con los Diez Mandamientos), mientras que unos pocos luchan activamente por él.

Mi formación es biológica. Al observar lo que el medio en que vivimos nos pide y exige como individuos y como sociedad, me surge una pregunta central: ¿lo que demanda el entorno que hemos creado de nuestra constitución biológica (emociones, deseos, impulsos) manda sobre lo jurídico (las leyes, las normas sociales)? Y mi respuesta es afirmativa y paso a explicarlo.

No cabe la menor duda de que los seres humanos somos predominantemente emocionales y de que nuestros actos a menudo están motivados por la búsqueda de la satisfacción. La influencia actual del entorno social y cultural del que partimos para formar nuestras realidades (publicidad, redes, consumo, estilos de vida exhibidos por los medios) alimenta constantemente estos deseos. Este imperativo biológico/emocional exacerba los deseos individuales hasta el punto de desafiar la norma jurídica para satisfacerlos. El medio nos alimenta esto indiscriminadamente. Si esa satisfacción del medio en que vivimos es bloqueada (por inequidades, desigualdades, etc.), se genera una reacción (frustración, ira) que impulsa a la persona a «romper las reglas», a buscar vías a toda costa y, para lograrlo, con el menor sacrificio posible. Esta conducta está alineada con ciertas visiones psicológicas y biológicas que ven los instintos y las emociones como fuerzas primarias.

 

Volvamos la vista al otro lado: la Ley.

La ley es, esencialmente, un intento de la sociedad para regular y contener esos impulsos biológicos y emocionales, con el fin de lograr la convivencia pacífica. El derecho se basa en principios de racionalidad, justicia, igualdad y orden, buscando que las personas actúen de manera predecible y responsable, incluso cuando ello implique postergar o renunciar a un deseo inmediato (el principio de la «razón» sobre la «pasión»).

Pero si la influencia constante del entorno social y cultural me exige no claudicar en mi comportamiento, ¿se mantiene esa búsqueda del derecho como valor primordial? NO.

Usted podría argumentar: «Aunque los deseos son poderosos, la mayoría de las personas no rompe las reglas, incluso cuando podrían hacerlo». Yo le respondería que esto se debe no a una libertad de decisión absoluta, sino a varios factores que el derecho y la sociedad han implementado:

  • La Coacción: El miedo al castigo legal (multas, prisión) actúa como un freno externo que modula el impulso. (En este caso, no opera la conciencia ética, sino el miedo).
  • La Moral y la Ética Social: La socialización nos enseña un «deber ser» que trasciende el deseo personal inmediato, y la vergüenza o el sentimiento de culpa actúan como frenos internos. Sin embargo, la idea moderna de libertad individual privilegia a menudo la autonomía personal sobre las normas morales tradicionales.
  • La Racionalidad a Largo Plazo: La mayoría comprende que la satisfacción inmediata de un deseo (romper una norma) puede acarrear consecuencias perjudiciales a largo plazo (pérdida de libertad, reputación, etc.), una decisión racional que se opone al impulso emocional. Sin embargo, hay fuerzas culturales, incentivos, redes sociales y medios que influyen en la conducta, superando a menudo esta racionalidad.

 

También resulta claro que, en las sociedades modernas, existe un reconocimiento biológico en el derecho: este no es ajeno a la naturaleza humana. De hecho, considera factores biológicos y psicológicos en:

  • Derecho Penal: La atenuación de penas por estados de «emoción violenta» o la inimputabilidad por trastornos mentales reconocen que la capacidad de controlar los impulsos puede estar mermada.
  • Derecho de Familia/Civil: El reconocimiento de la filiación biológica, los derechos basados en la identidad de género y el derecho a conocer el propio origen demuestran cómo el derecho debe adaptarse a las realidades biológicas y psicológicas de la persona.

Y usted concluirá, quizá, que «la ley y el orden social existen precisamente para mediar y, a menudo, limitar la satisfacción de los deseos biológicos en aras de un bien común mayor. El impulso biológico es una fuerza constante que el derecho busca contener».

No obstante, en un sistema ideal, el derecho no ignora la naturaleza humana, sino que la comprende para establecer normas justas y efectivas que promuevan la convivencia, obligando a las personas a ejercer su voluntad (una función superior) para elegir obedecer la ley por encima del impulso emocional. Pero esto se vuelve un mero marco teórico cuando lo que sucede dentro de la sociedad es diferente. Y acá está el detalle, como decía Cantinflas: La Sociedad que hemos formado exige la Tiranía del «Yo».

La información diaria a que accede la gente, le demuestra que los pocos que logran triunfar y satisfacer sus deseos, a menudo violan el imperativo jurídico y eso le señala un camino a explorar y exponerse en aras del triunfo. El medio moderno social que hemos creado en la civilización occidental funciona para exacerbar los deseos individuales.

Cuando vemos ejemplos de impunidad al desafiar la norma jurídica, esos casos se convierten en “patrones”, en un modelo que activa el imperativo biológico/emocional: deseos, impulsos y conduce a la búsqueda de placer inmediato. Al intentar resolver el «Yo», el individuo se coloca en el centro (egocentrismo del deseo) y percibe la norma o el respeto hacia los demás como un obstáculo para su satisfacción, lo que puede llevar a violarla sin sentimiento de culpa. En este sentido, la impunidad puede contribuir a anular los valores que sostienen la ética y moral de la convivencia.

En medio de esta reflexión, resalta como central y disparador de la conducta arriba señalada lo que se ha llamado una «Sociedad de la Demanda» (cambio constante, alto consumo de medios de vida, presión por adquirir poder y riqueza). Esta sociedad opera bajo una lógica de «satisfacción inmediata» y «valoración a través de la posesión». Alguien dijo con mucha propiedad: «El medio no solo satisface una sed biológica (agua), sino que crea la sed por un producto específico (un tipo de bebida azucarada de moda)», reforzando la idea de que la felicidad es un bien de consumo.

Si esa demanda se vuelve una necesidad, se cae en la tiranía del «Yo». Al centrar toda la experiencia en el consumo y la apariencia (la imagen en la TV y en el móvil se vuelve la realidad a la cual apuntar), el medio valida la idea de que mis deseos están por encima de todo. Esto traslada la prioridad del respeto por el otro (base del derecho) al individualismo y a la autoafirmación a través de la satisfacción («Yo lo merezco, luego puedo tomarlo»).

Esta circunstancia ha sido bien resumida por los psicólogos, quienes sostienen que: cuando el medio constantemente refuerza los instintos primarios de forma desmedida, el plano psicológico de la persona se ve alterado, creando una esquizofrenia entre el deber y el querer. Esto significa:

  • Erosión de la Autorregulación: La persona tiene menos incentivos para ejercer la voluntad o la razón para contener el deseo, porque la cultura le dice que contenerlo es una forma de fracaso o infelicidad. El «correcto» interior (la conciencia ética) se debilita frente al bombardeo de la realidad externa. En consecuencia, se pierde interés en el otro, que es el sustento de la verdadera política.
  • Rompimiento de Reglas: Si el derecho (la regla) es el freno a la satisfacción inmediata, y la cultura refuerza que esa satisfacción es vital y posible (el ejemplo de la corrupción en todas las esferas del Estado), se crea un conflicto de valores. En este escenario, romper las reglas no se ve como un acto inmoral, sino como una liberación o una necesidad para lograr el bienestar demandado culturalmente. Es la victoria del impulso estimulado sobre la norma racional.

En conclusión: En la sociedad que hemos formado, si bien el derecho se esfuerza por gobernar mediante la razón y la coacción, la cultura moderna actúa como un acelerador constante de los deseos biológicos, haciendo que la contención jurídica sea una lucha cuesta arriba contra un medio que le dice a la persona: «Tu deseo es la ley». Esto significa que, si se quiere el cambio, hay que modificar no solo las estructuras políticas, sino también las sociales y las formas de gobernarnos.

 

Alfonso Mata

alfmata@hotmail.com

Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.

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