Para formar una verdadera ciudadanía, es necesario y fundamental comprender; y para comprender, se necesita conocer y aprender. La problemática nacional de nuestro entorno es conocida, pero no del todo comprendida por los ciudadanos. Cuando intentan hacerlo, muchas veces recurren a fuentes inadecuadas, dudosas o incluso a ironizantes que, lejos de aportar soluciones, favorecen un desarrollo pobre del pensamiento crítico necesario para abordar los desafíos. Urge una ciudadanía comprensiva.
Si bien es cierto que la situación gubernamental, social y económica que atravesamos exige más atención, esta se ve limitada por la corrupción que actúa como el timón que dirige el accionar del Estado y la sociedad. Esto obliga a los individuos a priorizar su propia supervivencia, dejando en segundo plano la solidaridad necesaria para abordar las soluciones a los problemas nacionales. Por consiguiente, tanto quienes no ven la necesidad de cambiar el sistema estatal y social como quienes sí lo perciben, en ambos casos prevalece la desesperanza de alcanzar un mayor bienestar.
Hay una pregunta que me hago todos los días: ¿Hasta cuándo tolerará la gente la situación actual? ¿Hasta cuándo permanecerá indiferente ante toda la problemática social, ambiental y económica que la afecta?
Un amigo mío me sugirió que esa indiferencia se rompería cuando los migrantes, con su misericordia, dejen de enviar remesas, pues estas son el remedio que alivia ansiedades y frustraciones populares. Entonces le pregunté: «¿Qué hacemos?». A lo que él respondió que el bienestar es posible, cuando pueblo y gobierno impregnan de amor, bondad, esfuerzo, alegría, entusiasmo, amistad y compañerismo el trabajo por los demás.
A lo anterior, yo añado que, la posibilidad de una «mente abierta» solo es posible con solidaridad, única forma de anular intereses mal habidos y prejuicios de todo tipo contra el prójimo. Concluyo diciendo que, no es que tengan menos valía las condiciones materiales, la seguridad económica o la responsabilidad individual, sino que estas solo logran darse, si todos remamos en la misma dirección, bajo las mismas reglas y normas, y cumplimos con nuestras obligaciones a cabalidad. Solidaridad sin justa comprensión no es posible.
Expectativas y realidad social nunca fueron más factibles de cambiar que en estos momentos, gracias a que la era de las comunicaciones envuelve a toda la Tierra y han permitido que muchas personas aspiren a lo mejor que se puede tener en otras circunstancias y en otros ambientes, lo cual puede producir felicidad y seguridad. Esa universalización de la información, ha dado lugar a lo que los psicólogos denominan la «explosión de las expectativas». Es decir, un número nada despreciable de seres humanos, aspira a alcanzar los niveles más altos a los que solo unos pocos han llegado. En este sentido, algunas personas no se conforman hasta alcanzar el mayor nivel posible, mientras que otras se contentan con menos, con un nivel que podríamos decir «adecuado» y que debe describirse. Sin embargo, la mayoría de habitantes de la Tierra aún no ha alcanzado ni la adecuación, ya que carecen de comida suficiente para calmar su hambre, así como de vivienda y condiciones de vida adecuadas (salud, educación, trabajo y recreación).
Solo al tener satisfacción en sus derechos fundamentales, el ser humano adquiere sensación de valía y utilidad, que no tienen por qué ser excepcionales o fuera de lo que establecen las constituciones de su país. Esto es suficiente, creo yo, para un disfrute de bienestar y felicidad adecuada para todos, cosa que aún está por lograrse.
Por ejemplo, ¿es posible en nuestra actual sociedad suministrar un trabajo remunerativo honroso y suficiente a cada hombre y mujer en edad laboral? ¿Es posible romper la desigualdad salarial entre trabajos y puestos? Todos diríamos que sí, y en lo que no posiblemente estemos de acuerdo es en la mejor forma de lograrlo y de quitarle a la mayoría de trabajadores la sensación de «invalidez», de poca o ninguna valía, de incapacidad, de impotencia. Una acción en nuestra nación para enderezar lo laboral, con seguridad, enderezaría nuestro camino hacia la democracia y el bienestar. Alguien con mucha sabiduría advirtió que la sensación de no valer para nada, de no servir para nada, de no poder hacer nada, es la más tremenda sensación que puede sentir un ser humano y hunde en la miseria a las naciones.