Doña Martita ha hecho de todo: de maestra, panadera, tortillera, vendedora de Avon, crió cinco hijos, fue doctrinera y ahora tendera y rezadora de novenas. En son de broma me dice: “de todo debemos ser, y lo que debemos hacer, no lo hacemos”.
–¿Y qué es lo que debemos hacer? –le pregunto.
–Gobernar y domar la lengua como es debido. Cada uno tiende a dejarla correr como mejor le place y conviene. Hoy usted es lo máximo, mañana ¡escoria! Todos presumimos saber mucho y nos creemos lo mejor del mundo; pero lo que decimos, no es más que repetir. Somos verdaderos loros. Lo único que sabemos es marcar, imprimir, imponer, sin meditar. Muestra opinión se llena de lo que otros dicen, no de buenos razonamientos y pensamientos.
– ¿Y eso es malo doña Martita? –
–¡Malísimo! Los males que salen de la verborrea y la charlatanería son indescriptibles. Como dice nuestro padre Miguel “la verborrea es madre de la accedia”.
–¿De la qué?
–De la accedia, pereza espiritual. Es cuestión de ignorancia e insensatez, servidora de la mentira, el engaño y los enfrentamientos pasionales. Creo que esa palabrería sin sentido, a que muchos dedicamos la vida, trae pobreza.
–¿Cómo que pobreza?
–Salga usted a la muni, a una oficina pública, al centro de salud, a platear una cuestión… siempre se topa con lo mismo: “no lo puede atender, está en una reunión” –y usted sabe a qué hora sale- “¡no sé sabe!” Uno se pregunta en que mueven la lengua y estoy segura de que, en puras cosas sin importancia. Pero que hagan algo: nanay. Pecan con tanta palabrería. Cuando la lengua se suelta, corre como caballo salvaje, haciendo trizas lo que pisa, volviendo todo indebido y falso. Por eso, por acá decimos, que la lengua no tiene huesos, pero quebranta huesos. El apóstol Santiago dijo de ella: “llena de mal y de veneno mortal”. Mi abuelo que fue concejal me decía: “no te metas en las conversaciones largas y grandes, que vas a salir penqueada”.
–¿Y por qué tanto odio contra la lengua doña Martita?
–No es contra la lengua, Don, sino contra el hablar mal. Mire a ese Marcelino, el de la radio: anda diciendo que Bernardo ya no es presidente, hasta afirma que es uruguayo y cosas por el estilo y ¿qué ha logrado? Que la gente repudie y deteste al presidente, sin saber si se lo merece; todo porque repiten y creen lo que oyen y siguen chismes, no la verdad. Así son las cosas con la palabra: subimos al zapotal con palabras, e igualmente bajamos, dejando en la oscuridad los hechos.
–Entonces ¿la palabra es mala consejera?
–¡No es eso! Los guatemaltecos hablamos –mejor dicho, inventamos– más de la cuenta, y de eso nunca sale nada bueno. Nos gusta hablar de lo que no sabemos, solo para presumir y no quedar al margen. Nunca verificamos ni lo que decimos ni lo que oímos. Repetimos las cosas sin meditar, y las peores son las que nos salen del corazón, pues muchos lo tenemos podrido, y lo que este dicta, lo pasamos directo a la lengua. Otra cosa: nos disgusta el silencio. Nos cuesta enterrar pasiones y prejuicios, y así les negamos su verdadera razón de ser. “Se prudente al hablar” –me aconsejaba mi madre.
–Entonces, ¿cuál es la conclusión?
–¿Sabe cuál es nuestro problema? hablar mucho y hacer poco. Quizá sea mejor eso que obrar mal.
–No creo en eso, doña Martita. El mal hablar, el llenarlo de mentiras y falsedades, nos ha hecho mucho daño a la nación.
–¡Claro que sí, Don!, en eso estoy de acuerdo. El hablar de más, lleno de prejuicios, nos lleva a tomar actitudes pasionales ante personas, cosas y hechos. Y si ese hablar está lleno de chismes y mentiras, todo sale mal. Endulzar nuestra cabeza con tanta porquería, endurece el corazón y la razón y todo termina igual: en mal cálculo o algo peor. Como dijo Isaías: “pueblo mío, los que os halagan, os engañan” Deberíamos dejar de oír deshonras e insultos y dedicarnos a hacer lo que debemos.