– Don Samuel y usted a qué se dedica.
– Soy ganadero… ¡mentiras! tengo una vaca que ordeño.
– Y ¿qué piensa de la situación?
– ¿Cuál situación?
– De lo de los cantones, las motos, los sindicatos, lo que hace el MP, todo lo que pasa.
Hubo un segundo o dos segundos de silencio, y don Samuel, visiblemente cansado y nada a gusto, soltó:
¡Mire usted! cada vez que se da un problema como los que usted habla, lo único que hacemos el pueblo, es echar sentimiento y unos pocos, además de mover la boca enjuiciando o soltando mentiras, hacen bulla. ¿La pura verdad? hemos dejado a un lado gobierno y gobernantes pues hay cosas que o resolvemos o morimos.
– Pero eso es malo…
– ¡Claro! Malo para los que disfrutan del poder, no para los que de lo único que nos saciamos es siguiendo la corriente de quienes hablan mal de los gobiernos. Y esos, la pura verdad, nos usan para no perder privilegios y posiciones mal ganadas. Ojalá la justicia, la mera mera, se los llevara. Por eso, sea quien sea el que está en la guayaba, pierde seguidores y caen en lo mismo.
– Don Samuel, no todos son malos…
¡Tiene razón! Pero mire usted lo que son los sindicatos. Estos no solo le caen encima al gobierno o a los grandes propietarios; también nos despluman a los trabajadores. Yo fui conserje por treinta años en una escuela, y ¿qué obtuve? no aumento de sueldo: limosnas. ¡Mire usted! Los funcionarios y muchos líderes pasan de la noche a la mañana de pobres a ricos; solo les importa no perder su chance y trabajar lo menos posible; los demás, aguantamos. Ni sindicatos ni instituciones del Estado entienden que sin meter gente nueva -más agresiva, consciente y preparada- todo se echa a perder y deja de servir.
– Entonces qué ve usted en la política
Para nosotros, la política es como una procesión permanente de santo entierro. El miedo al cambio nos congela permanente y es parte de nuestra vida diaria. El corazón de todos los males y sufrimientos los escondemos entre risas y bromas. Por eso, lo que decimos o pensamos nunca puede y debe tomarse al pie de la letra y en las cosas serias siempre respondemos haciéndonos la brocha.
Yo creo que, en cuestión de participación política, solo vamos a votar. Es lo único que hacemos juntos, y lo vemos como un acto simbólico, como ir a misa o al culto. Nuestro voto llega desactivado, sin potencial de cambio. Así que no sé por qué se dice que votar es un acto democrático ¿solo porque muchos lo hacemos?
La mera neta: eso nunca ha solucionado las necesidades prioritarias de la población, mucho menos nuestros deseos.
En Guatemala, por más que votemos, la gente es impía con la política. No tenemos ni conciencia ciudadana ni moral sólida hacia el prójimo, que creo son pilares esenciales de la Democracia. Por eso, debido a nuestra indiferencia e ignorancia -aunque en esto último, la publicidad, el mercado de la comunicación y las redes siempre nos mienten, pero también nos convencen- siempre elegimos malas autoridades. Más que ignorancia, yo diría que nos babosean.
Además, en estas tierras los buenos, los que podrían hacer algo por nosotros, no participan. Son tan miedosos como nosotros, resignados con la soga al cuello y ordeñando la vaca, bajo el mandato de su empleador.
Así que debe quedarle claro: aquí no se resuelven problemas; se vive de los problemas y dentro de ellos. Hemos perdido la fe en el gobierno y en las instituciones, resignados a vivir con nuestras debilidades, escuchando a lo lejos – y sin mucha esperanza- que existe algo llamado dignidad humana, que solo es posible si se tienen los medios para acceder a los derechos humanos. El respeto y afecto a nuestros gobernantes, nos es tan lejano, como el Paraíso.
Sobre su pregunta sobre gobernantes y autoridades, solo puedo decirle que hay algunos menos peores que otros. Solo cambian la forma de actuar y la cantidad y tipo de daño que causan. Ninguno trae novedades que alcancen alzar nuestro bienestar. Solo saben trabajar a favor de los que les llevan a las alturas y carecen de fuerzas y voluntad para hacerlo por los de abajo.
No hay quien haga limpieza de todo ello; es peligroso enfrentarse al sistema. Que ¿qué va a suceder? solo Dios lo sabe. De verdad le digo, esto no es algo que me interese; no me es esencial ni me ha sido.
Y levantándose y con una sonrisa muy fraternal y un apretón de manos, se despidió de mí.