-Verá usté- nunca supe donde nací. Sé que fue cerca de acá, según cuentan, en Miraflores. Mi padre: jugador empedernido, guarero de profesión y de necesidad, mujeriego, todo lo hipotecaba, vendía o regalaba. En una cantina, cambalachó por trago una yunta de bueyes. Toda una cosecha, la apostó en una mano de póker y a la Chela, una de sus caseras, le regaló una caballería de tierra en flor. Así que la Santos, mi madre, tenía que estar ojo al Cristo, pá no perder todo.

-Pero cuando yo tenía ocho años; mi carnal diez, nos vino la desgracia del cielo. Eliseo, murió entragado y la Santos, mi madre, le siguió a los meses. Así que, con mi carnal, pinto y parado como yo, salimos a conquistar todas las aldeas de los alrededores. Él al menos, estuvo unos días en la escuela. Yo, jamás puse pie en esos malogrados lugares. La primera letra, la escribí ya grande.

De esa cuenta, desde niños, trabajamos de peones en lo que fuera: acarrear leña, dar de comer y cuidar animales y llevarlos a los potreros. Pero eso sí, todo lo de la agricultura, no nos gustaba, pues a nuestros animales, herencia de Eliseo y la Santos, teníamos que amarlos. Entré a los catorce o quince años, sabiendo más que cosas del campo del cuido de animales y haciendo labores de hombre. Imagínese, ya muchachones, cuando las fiestas de las aldeas, casi todas en épocas de fuertes lluvias y grandes chaparrones, metíamos la ropa dominguera en costales y montados en nuestras mejores bestias, en puros calzoncillos, al atardecer o ya entrada la noche; según la ocasión o necesidad, cabalgábamos hasta hallar un lugar solitario, cercano al baile, donde nos vestíamos para aparecernos en las fiestas engalanados.

En los bailes, aprendimos a ser hombres. A fumar, beber y jalar mujeres. En ocasiones, las menos, lográbamos convencer a alguna muchacha para que nos siguiera y nos sirviera, pero nuestra fogosidad, las ahuyentaba y al poco tiempo, muertas de fastidio y cansancio, nos abandonaban.

Don Carmelino continuó: Nuestras correrías nos consumían bienes y dinero, sin provecho de nada. Traíamos en la sangre: de mi padre, a no darnos por vencidos con facilidad; de mi madre, a ser de honestas costumbres. Pero esas herencias chocaban dentro de nos. A esa edad, de día éramos de buenas costumbres y de noche sucedía lo contrario. Llegamos a que las noches se hacían cada vez más largas y las mañanas más cortas.

Una tarde que con el carnal nos encontrábamos a la puerta de nuestra ruinosa vivienda, sin céntimo entre la bolsa, temblorosos de desvelos, tragos y devaneos; nos pusimos a cranear la reconquista de nuestra herencia; pá entonces, en manos de otros. Yo era todavía recién quinceañero. Tiempo era aquel, del que ahora dicen del tirano. Para mí, el mejor presidente que ha tenido Guatemala, pues por todo, pá él, no había ricos y pobres, no había diferencia con ninguno. Se lo voy a demostrar:

La mañana después de que decidimos luchar por la herencia con mi hermano, tomamos la única vaca parida que nos quedaba y caminamos cuarenta kilómetros, hasta la población más cercana pá venderla. Luego fuimos a la oficina de Correos, a buscar un copiador que nos preparara un telegrama. Así pues, principiamos el juicio contra Benigno, que era ya para entonces mi excuñado; la Filomena, mi hermana, murió en plena flor y muchas ganas y él se quedó con que quería siempre tener poder en lo que era de ella y de nosotros y a él, no le pertenecía. Ese Benigno era el padrino de una patoja del Gobernador y ese señor, no nos hacía justicia y el cuñado, protegido en eso, a puro sombrerazo nos iba quitando todo lo que era nuestra herencia.

Fue entonces que tuvimos que acudir al señor presidente de la República, el General Don Jorge Ubico Castañeda. Ese señor, husmeaba hasta en lo más mínimo que pasaba en la República. Le pusimos pues nuestra queja. “Señor Presidente: exigimos de parte suya justicia, pues Benigno, exyerno del Difunto Eliseo, quiere dejar a los hijos de Eliseo, ya pepitos y vecinos de Mojarritas, sin herencia”. El telegrama lo enviamos de Jutiapa, por el motivo pues, de que sí lo poníamos en Jalapa, lo empapelaban y no lo dejaban pasar pá la presidencia.

(continuará)

Alfonso Mata

alfmata@hotmail.com

Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.

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