Existe una referencia española que compagina muy bien con el cambio que necesita el desarrollo humano guatemalteco: “trabajo de hormigas”; trabajo que permite a las hormigas a través de la cooperación llevar comida, cavar túneles, alimentar la salud y la reproducción de todos y proteger su ambiente. En fin, cada hormiga depende no de su trabajo sino de la creación de una riqueza comunitaria, que se centra en la construcción de economías colaborativas, relaciones sociales del mismo tipo y protección del ambiente. Lamentablemente el hombre moderno, a pesar que desde hace siglos lo sabe, ha sido incapaz de establecer prácticas de creación de riqueza dentro de la cual la mayoría de personas puede vivir y desarrollarse bien sin violentar, sociedad, estado y ambiente.
Ante las limitaciones de conducta y contrato humano que existe desde nivel de aldea hasta de nación, gobiernos y gobernantes que hemos tenido, se han visto algunas veces por obligación y otras por conveniencia propia, a dictar mandatos y leyes que limiten esa voracidad individual de que estamos imbuidos y que conste que no es por naturaleza animal. Y cuando eso sucede y lleva implícito el sacrificio ¡Oh problema! protestamos. Nuestro actuar ya de décadas, pareciera indicar que preferimos vivir entre la selva y anarquía gestando un constante sálvese quien pueda.
El malestar tiene otra forma de desembocar. En la mente de muchos, la única forma de poder acelerar la transición hacia una sociedad y economía democrática es estableciendo una dictadura. Ese argumento es ingenuo en su principio: una dictadura progresista. Eso suena a incongruencia para otros tantos, ya que eso pareciera un pensamiento que beneficia a unos pocos a expensas de otros y del bien común. En fin, siempre tratamos de buscar soluciones para quitarnos del paso.
La realidad es que todo cambio significa esfuerzo y sacrificio que abra paso a la inclusión, al buen trabajo, a la justicia con propiedad, a la sostenibilidad y manejo comercial y financiero con ética. Cumplir con esos principios con la forma en que nos gobernamos y hacemos gobierno parecen en estos momentos etéreos porque no tenemos claro que un mal y corrupto gobierno, no nace de la nada, es consecuencia de una mala organización social; es dentro de esta donde nacen, crecen y se reproducen los políticos, no dentro de las instituciones de Estado. Solo en una madre ingenua e ignorante cabe decir y creer “es que me lo corrompieron en el gobierno”.
A lo largo de toda la historia de la humanidad, construir una sociedad y una economía democrática ha implicado, óigase bien: DE PARTE DE TODOS, rediseñar hogares y las instituciones y actividades básicas, mediante la inversión, el empleo, la justicia, y la justa distribución a través de políticas responsables sobre todo ello y ejecución con cumplimiento de todos. Eso significa cambio de comportamiento, de intereses y una responsabilidad no exenta de sacrificios de todas las partes convivientes.
Veamos un ejemplo que hace sospechar que pensamos con los pies y no con la cabeza. Hace un año y medio más o menos elegimos a un presidente para rescatar las instituciones gubernamentales y evitar la implosión del gobierno y la gobernanza y el incremento de la corrupción. En ese período de tiempo, las acciones del gobierno encaminadas a poner orden ha chocado contra un muro de incapacidad e incomprensión y como pueblo, hemos sido incapaces de al mismo tiempo que apoyar, exigirle cumplir con lo más importante que le encomendamos: recuperar el trabajo y la credibilidad del MP; ni siquiera hicimos protesta callejera alguna al respecto. Sobre el problema del incremento al salario indebido de los diputados: tampoco hicimos nada. Sobre la urgencia de ordenamiento del tránsito, cumplimiento de las leyes de tránsito, desproporción entre el costo de la canasta básica, la urgente necesidad de reparación de las carreteras. Tampoco hicimos nada. Claramente, como el gobierno no actúa, tampoco lo hacemos nosotros y pasamos a la negación: el gobierno es una m… nos equivocamos al elegirlo, ¡fuera! Este estado de cosas, subraya como el voto popular carece de fuerza para coordinar acción pública con social. Claro que la política importa, pero esta queda en el lado oscuro, cuando la práctica local deja de ser proactiva a la hora de impulsar el cambio de los sistemas.
La única solución que queda es realmente tomar conciencia y actuar bajo el amparo de que, sin construir coaliciones, conectar estrategias complementarias pero diversas, y comenzar a generar voluntad y participación política en diferentes segmentos de la población, se torna imposible cambio alguno. Lo que necesitamos es voluntad política y liderazgo.