Dice un proverbio chino: “el peor juez para conocerse es uno mismo”, eso nos sucede a los guatemaltecos con harta frecuencia: nos equivocamos consciente e inconscientemente sobre lo que somos, unos más otros menos y lamentablemente no existen neurópatas sociales que nos corrijan y por eso constantemente caemos y tropezamos con la misma piedra: en la escuela, en el hogar, en el barrio y la sociedad. Si usted busca evidencia de eso, solo lea los titulares y principales noticias de la última semana ya sea referente a lo político, lo privado, lo social, lo comercial. En ellas el mismo argumento: se trate de jueces, médicos, ingenieros, alcaldes, oficinistas, camioneros buseros, todos presentamos una máscara de lo que no somos.
Lo más triste de todo esto es que en la literatura constantemente encontramos este fenómeno expuesto. Hombres y mujeres con mil caras de las cuales ellos apenas si se colocan una, o a lo sumo dos y las defienden a capa y espada. Desde Homero, pasando por los grandes dramaturgos griegos y romanos, siguiendo con Cervantes y Shakespeare y en nuestro más reciente histórico Balzac, Dostoievski y en nuestro medio José Milla, todos ellos nos han mostrado ¡cómo somos de complicados y a veces muy falsos, los seres humanos!
Pero creo que lo peor de todo ello es el daño que como enmascarados hacemos a la sociedad y al prójimo, pues no existe en muchos de nosotros el aquello que ser un individuo y cumplir una tarea, es cosa de entregarse también al otro. Eso no es problema de inteligencia, ni de educación, es de moral y cada vez más resulta que los que uno cree sus mejores amigos, se tornan en sus peores enemigos. Actualmente nadie en ese encuentro fraternal quiere ceder ni entregar nada al otro. Por eso, como decía un colega que realmente entregó su vida por el otro y aunque se oiga cínica su aseveración me resulta verdadera de que: “uno lleva los amigos hasta el cementerio, pero no se entierra con ellos”.
Debemos tener claro que el supremo egoísmo es el motor que agita al que ve como destino el cultivo de su propio ego y a los demás sus ayudantes en ello, de los cuales se puede disponer a su antojo. Ese supremo egoísmo conduce al desamor total por amigos, ciudadanos, la patria y a un desfalco inmisericorde e injusto. Hace unos días dos jóvenes hablando del conflicto armado y de los que murieron decían: qué ilusos e ignorantes fueron los que murieron por su patria, por su religión o por su causa. Y su argumento final era que ese amor patológico les había impedido ver que a este mundo se viene a disfrutar de la vida y que es en eso en lo que hay que meter esfuerzo y dedicación, así como tiempo. En otras palabras, estaban diciendo que ser capaz de quererse uno y a los demás simultáneamente, es tontería. En realidad, muchos, jueces, diputados, alcaldes autoridades, pero también grandes empresarios y comerciantes, ciudadanos, son adictos a esa creencia tan divulgada de esos jóvenes.
No sé. Es tan difícil juzgar a los hombres, a las generaciones, a lo que acontece ahora en el mundo, por tanta mentira e hipocresía que existe con el fin de conseguir con un individualismo sin freno lo material que, cuando creemos conocer mucho a una persona, a una generación, una nación, en realidad la conocemos poco. De allí la dificultad de poder entender y respetar la existencia y necesidad del otro. Aún estamos lejos y quizá nunca lo alcancemos, el modelo que nos pudiera servir para luchar por una cultura realmente de crecimiento humano y como decía el célebre y controvertido escritor inglés Bernard Shaw aún estamos lejos de comportarnos con los demás, como quisiéramos que se comportaran con nosotros e irónicamente afirmaba: “A lo mejor no tienen los mismos gustos”. Es difícil vivir con los demás, comunicarse con los demás, estar con los demás; pero si no hacemos el esfuerzo por hacerlo, posiblemente estamos iniciando el camino a nuestra extinción.