En la práctica de los negocios, existe un dicho muy utilizado que se puede aplicar al mundo de la política: “ni muy temprano, ni muy tarde”. Su adecuado uso requiere de la movilización de dos atributos mentales: el conocimiento y la creatividad y para que estos florezcan, es necesita romper las restricciones que imponen los individuos y también las impuestas por las instituciones y el sistema.
Muchos de los líderes y funcionarios públicos, ante la necesidad de movilizar conocimiento y creatividad que son urgentes para resolver los problemas nacionales, siempre ponen una excusa que adquiere carácter general en el actual y los pasados gobiernos: “es técnicamente imposible” y cuando se les cuestiona sobre cómo lo malo y lo injusto e incorrecto si es técnicamente posible, la respuesta es “eso no es técnicamente posible, lo hacen indebidamente”. Entonces me pregunto si acaso esa conclusión no significa restringir racionalmente la moralidad del acto y dejarlo impune.
Una acción efectiva de moralidad nacional, que es lo que debe mover el ejercicio de los gobiernos municipales y nacional, exige un cambio de mentalidad y moralidad de dirigentes, funcionarios y población que aún no cuaja. La conciencia popular que existía hasta hace unos meses para levantar las restricciones para el cambio, en mi opinión, se desaprovechó. Ante esto, las oportunidades de frenar daños a las instituciones, a las familias y a los individuos, así como de detener la explotación de las finanzas públicas y privadas de manera ilícita y maliciosa, se ha vuelto de nuevo, una tarea cuesta arriba y difícil de lograr.
Ante lo señalado arriba, creo no equivocarme al afirmar –aunque sea de manera simple– que no veo ni percibo un cambio significativo en las actuaciones institucionales, ni en lo administrativo ni el operativo. Mejor dicho, el sistema de gobernanza no muestra un nivel suficiente de evidencia de seguridad y eficiencia para regular ordenamiento de cambio hacia algo mejor para la población.
Por consiguiente, no se vislumbra práctica alguna que conduzca a actividades cuyo fin principal sea un ordenamiento en justicia y equidad de los derechos humanos en beneficio de los más necesitados. Lo único que observo es florecimiento de retóricas de “innovación” que son muy ajenas o insuficientes para implementar principios prácticos, justificaciones y regulaciones que enderecen rumbos en niveles locales regionales y nacional de gobernanza. Las innovaciones que se necesitan en la investigación y en práctica institucional, deben ir de la mano, pero eso solo es posible si se llevan a cabo innovaciones administrativas de manera integral y rápida. Si estas tres prácticas no se ponen en ejecución y no se unifican, las gestiones en los niveles de implementación no son factibles y un cambio significativo en la forma en que nos gobernamos no será posible.
No nos engañemos, a pesar de un cambio significativo en cantidad de presupuesto, en su destino, existe un nivel de inseguridad y duda en su eficacia y eso no es cosa de pesimismo u optimismo, es cosa no solo de discusión sino de ejecución, para romper ese mundo desordenado para hacer el bien y ordenado para hacer “técnicamente lo indeseable”. Ya no es posible que siga siendo verdad lo externado en 1894 por el poeta salvadoreño Francisco Gavidia “Lo cierto es que en nuestros países en peor estado que los caminos, están la buena voluntad y la firmeza para realizar todo mejor”. Sin la una de la mano de la otra, aramos en el mar.