El desarrollo de la democracia (de la cual carecemos), depende de una socialización justa y equitativa, de una acción reflexiva y de comportamiento político y social entre gobernantes y gobernados, que permita el perfeccionamiento y ejecución plena de los potenciales humanos y su evolución y aplicación también.
Decía mi padre -Mata Gavidia- que la historia no solo es para conocer pasado; fija decisiones y comportamientos, aclara y fomenta culturas, que determinan las conductas del hoy. En efecto, nuestra historia como otras muchas, es un constante ir tras riqueza y poder, sin intercambio de cooperación y justicia que en estos momentos –contrario al pasado– al desaparecer la capacidad sostenedora de la religión como compensación psicológica a las aflicciones de una mayoría, su papel ha sido asumido por la migración.
¿Qué hallamos al respecto, dentro de nuestra historia? Desde la conquista y colonización, élites esforzándose por adquirir hábitos y lujos a costa de todo y todos y a través de los siglos, a eso se suman élites locales imitando ese comportamiento, desembocando todo ello, en una sociedad que se ve obligada a traicionar equidad y justicia, derechos y costumbres, creando una República llena de tensiones que, en estos momentos, desemboca en un divorcio de intenciones y visiones entre gobernantes y gobernados.
Ese esfuerzo pleno de potenciales posibles de desarrollar (la democracia es uno de ellos), también debe comprenderse como responsabilidad de cada quién, cosa que históricamente no hemos asumido tampoco. El desarrollo del cerebro humano, pero también su evolución y su funcionamiento, son los protagonistas de ello y depende en buena parte de los sucesos exteriores. Pensamientos y comportamientos que tenemos, no son producto únicamente de nuestra ocurrencia; es también del medio social y ambiental en que se desarrollan impedimentos y facilidades, que propicia toda serie de individualidades. Y la entidad facilitadora para que todo esto se dé se llama gobierno. Por consiguiente, el desarrollo humano de una Nación, es una fuerza colectiva y gubernamental en la que la conciencia individual (pensamiento y conducta) se apoya sobre lo de todos los demás para evolucionar y conseguir el bienestar general.
En estos momentos ¿Qué sucede en nuestro medio? Primero que nada, observamos que no existe un acto definitivo (encausar fortalezas humanas y ambientales) de plena conciencia política y social tanto en los que están vivos, como en los que dejaron de existir. Por consiguiente, somos una Nación con desarrollo heterogéneo de miembros, con distintos potenciales humanos y por consiguiente, gradualmente somos producto de un degenere en nosotros (gobernantes y gobernados) de todo lo relacionado con moralidad de solidaridad. Pedimos esto y lo otro de gobernantes y funcionarios y ¿qué damos? Pedimos y exigimos a los otros cumplimientos y ¿acaso somos observantes de la ley y respeto al prójimo? Esto no es cuestión de religión, es un acto de moralidad que surge y se apoya y se realiza gradualmente en nosotros de manera laboriosa, cuando pensamos y reflexionamos y actuamos, sabiendo que los progresos son tarea de todos y eso significa cambio de perspectiva política y social de gobernantes y gobernados.
En estos momentos, en nuestro medio, existe una fuerte cantidad de fuerzas dispares, que neutralizan el perfeccionamiento de cada uno de nosotros en un ser competente capaz de fundar y vivir de la democracia y que ha anulado toda instancia de cambio. Corrientes y fuerzas de corrupción, injusticias e inequidades, suman fuerzas, forjando un mundo difícil de enfrentar a menos que de un tajo (el migrante así lo hace) acabemos con esos inconvenientes. El problema entonces estriba en que, en estos momentos, carecemos de una conciencia (política y social) amplia para forjar una nación democrática. La misma naturaleza histórica de que somos parte, confabula para no producir cambio. Ese andamio torcido de nuestra historia, es el antídoto poderoso para mantener un status quo contra la democracia.