El ilustre escritor mexicano Alfonso Reyes hace más de una centuria escribió “Hay una casta de hombres para quienes la ciudad en que viven no tiene existencia real, ni la calle donde está su casa, ni aun su casa misma. Han perdido los ojos...” y creo que eso sucede dentro de los grupos de poder, pero también entre los políticos y funcionarios que poco han aprendido de la historia de cómo organizarse de las comunidades, ante la deficiencia de sus gestiones.
En efecto y aún recuerdo los años sesenta y setenta, cuando las diócesis y algunos de sus párrocos, universitarios comprometidos y otros grupos, organizaron comunidades en que ya a mediados de los setenta, uno se topaba con hombres y mujeres comprometidos que llevaban desde décadas hasta meses de trabajar en pro de las comunidades a que pertenecían. En su mayoría, esos grupos estaban compuestos por mujeres y hombres jóvenes y viejos, gente sencilla y pobre que, muchas de ellas, ni sabían leer. Aquellos individuos trabajaban con un método peculiar que relacionaba la fe con la vida, la palabra de Dios con la realidad. Las acciones más extendidas de esos grupos, aparte de su compromiso religioso, tenía que ver con atención a la educación, la salud, lo laboral y productivo, junto con acciones de preservación y defensa de su ambiente, utilizando en todo ello adecuación de nueva tecnología y que, en el caso particular de la salud, complementaban con medicina natural y nutrición. Ese ejercicio iba envuelto también en una ampliación de participación cívica.
¿Qué sucedió con todo ello? Fue coartado violentamente con el conflicto interno, en que la peor parte la llevaron ambos bandos combatientes, pues sirvieron de carne de cañón, soldados y población de un mismo origen. Y eso tuvo su arranque en que los grupos de poder, apoyados por intereses externos (uno de ellos la globalización) se dieron cuenta que esos movimientos estaban terminando con la supuesta incapacidad de las gentes de barrios y áreas rurales para resolver problemas y necesidades con sus propios recursos; sin necesidad de instituciones y liderazgos externos, demostrando su capacidad de hacer propio su espacio de vida y acción, en detrimento a los intereses y privilegios alcanzados o usurpados por los grupos de poder. Era aquella movilización de los sectores populares, la expansión de una lógica familiar-comunitaria, centrada en el papel de la mujer-madre (de ahí la violencia durante el conflicto contra la mujer) y ello sucediendo dentro de una cosmovisión en la que las relaciones (y no las cosas) jugaban un papel central centrado en justicia y equidad e igualdad y fue evidente para los poderes fácticos, que tal orden iba encaminado a la creación de un sistema de relaciones económicas paralelo y externo a la economía capitalista de mercado. Este peligro, obligó a la represión y exterminio de tal movimiento que tenía como estrategia su capacidad de hacer distinta una calidad de vida, centrada en las relaciones no capitalistas: servicio, desprendimiento, gratuidad, persistencia, fraternidad, justicia, equidad, igualdad.
¿Por qué traigo eso ahora a colación? porque esa lógica familiar-comunitaria como forma de organización más propia, potente y eficaz que las formas corporativas, verticales, explotadoras y autoritarias, acostumbradas a injusticias e inequidades, lastimosamente se perdió y luego del conflicto armado, esas formas corporativas se recuperaron al haber exterminado minusvalorando y desacreditando las constantes acciones y relaciones sociales ejercidas cotidianamente a nivel de calle, barrio, vecindad, colonia, área rural de la lógica familiar-comunitaria y ello desembocó en una agresión con más contundencia (de manera encubierta o abiertamente) por los capitalistas y el Estado (a través de mayor corrupción), para fragmentar los restos de esa vida comunitaria que iniciaba, haciendo explotar una desesperación por la sobrevivencia que ha culminado en el apresurado avance de un proyecto económico y social desigual y excluyente, sin resistencias ni contratiempos, que dio origen a un movimiento familiar-comunitario que ha desembocado en la migración a como dé lugar, provocando ello, no solo la fragmentación de los grupos, sino la desaparición de un sentido de Nación. Bien valen como cierre de esta reflexión, las palabras de Einstein “la mente que se abre a una nueva idea, jamás volverá a su tamaño original”.