Pasaron las dictaduras militares, le siguió la corta primavera democrática que más pronto de lo esperado la encerró el afianzamiento de la dictadura de la corrupción que cubre nuestra situación actual y pese que en ese ciclo mejoraron las libertades democráticas, nuestro sistema sanitario SNS continúa marcado por profundas desigualdades y cuajado de dificultades que lo mantienen muy retrasado y a pesar del enriquecimiento y fuerte influencia que la medicina social y sus marcos teóricos han tenido en los círculos académicos e institucionales, este movimiento no aterriza como debe ser ni permite el desenvolvimiento de la salud en amplios sectores de la población. En ello influyen dos cosas: La intransigencia política y de grupos de poder, que se resisten a poner orden institucional y social, y una organización de nuestra vida social, política, económica y cultural, tanto injusta como inequitativa. Es indiscutible que sin alterar institucionalidad y organización social, el Sistema Nacional de Salud no puede transformarse y obtener los logros esperados, ni tan siquiera despegar.
Hay otro elemento que altera el hacer salubrista y lo mantiene en jaque: El hacer del profesional de la salud. Sus ciencias, técnicas y métodos, no se pueden trabajar dentro de una aura de neutralidad política, social y ambiental y tampoco puede prenderse que su práctica sea regida con aura pastoril o sacerdotal; pero en ese definir de un marco justo y equitativo, el ejercicio profesional debe ejercerse dentro de un marco sobretodo moral y ético, ya que en la actualidad la balanza de su formación y práctica se ha inclinado en buen porcentaje de profesionales de la salud, cargado y dominada; orientado podríamos decir, de un espíritu “comercial” sacrificando cada vez más el espíritu de sentido social de esa profesión. No se trata, e insisto, de formar profesionales sacerdotales de la medicina, pero tampoco comerciantes y mercaderes.
De tal manera que una reforma del sistema de salud, urgente en estos momentos, si pretende terminar con tantas anomalías y deficiencias en el SNS, debe enmarcarse dentro de los dos campos señalados: organización social y en segundo lugar transformación del sistema sanitario vigente, tanto en su estructura como funcionalidad. Esas transformaciones deben generar la producción de un nuevo profesional por los centros de formación universitaria. No puede hacerse lo uno al margen de lo otro. Fragilidades, lagunas, deficiencias, deben corregirse en todas esas condiciones y situaciones de la organización social y en la estructura y organización institucional, que actúan como impedimentos al desarrollo del adecuado sistema de salud y en la salud en los ciudadanos, traduciéndose e incidiendo el significado de esos cambios, en trasformaciones en lo social, político y académico, enfocados en la búsqueda del bien común, que significa reforma de sus contenidos y procesos de producción, enfocados en las demandas reales de las poblaciones más necesitadas.
De tal manera que articular la atención clínica y el hacer sanitario con las demás prácticas sociales, constituye el punto estratégico de partida para la reforma del Sistema Nacional de Salud que necesitamos y su necesidad de complementariedad obedece, a una orden de exigencias que atañe a ambos campos, que en el tema de salud son complementarios.