Fue Goethe quien escribió: “en la juventud somos monótonos, en la vejez repetimos” y mi viejo maestro Rosignon repetía que “en la vejez debemos ser solidarios con la muerte y agradecidos con la vida”. Estando ya en esa etapa de la vida a que se refieren esos famosos, luego de décadas, continúo pensando y meditando sobre esos dos pensamientos; sobre su práctica, y lo único que me surge en claro es que vida y muerte no son contrarios y ante esa situación, la alternativa que tomo es contemplar ambos sucesos como recíprocos, pero ¿ser solidarios? Eso aún no lo asimilo.
El hombre acarrea acuestas un misterio que se puede resumir en que su muerte; esa falla de células, tejidos y órganos, necesita de una interpretación más allá de lo psicobiológico. Eso nos pone nerviosos, incómodos y nos lleva al borde del precipicio de la dicotomía: termina o no al fenecer el cuerpo todo para el humano. En encontrarle verdad absoluta a una de esas alternativas dicotómicas, religiosos, teólogos, científicos, artistas, filósofos y la propia medicina, han tropezado y resbalado o es que acaso el hecho de que toda degradación fisiológica en animales o vegetales es constante, no se podría considerar como un simple camino y cosa que la muerte fabrica desde que nacemos. Pero en nuestro caso, ese final es aterrador y cada quien puede creer –nadie asegurar o confirmar- si la muerte sella un hasta ahí y punto o abre un principio de….
El problema de nuestra muerte nace de otro problema insoluble aún: somos cuerpo y alma, espíritu, conciencia, aliento, llámele como quiera. Lo cierto es que esa presencia incorpórea que llevamos y percibimos todos, puede interpretarse y crea dos tipos de creencia sobre ella. La primera -que en la actualidad cada día gana más adeptos como casualidad y fin- que al terminar la vida corpórea termina ella también, Un tipo de energía desconocida, acumulada, movilizada, creada quién sabe, dentro del cerebro y que al morir acaba esfumándose -indican los que creen en esto. La segunda se afianza en el misterio; es decir: principio de algo o continuación de algo. Sea que acepte lo uno o lo otro, lo cierto es que, en cada uno de nosotros, vida y muerte deja de ser competencia y se trasforma en cooperación. La una lleva irreversiblemente a la otra. La muerte trabaja bajo la divisa de competencia-cooperación que plantea la vida; de manera que es su recíproca. Independiente de su creencia al respecto, si usted visita el monumento de Cajal, en el parque Del Retiro de Madrid se encontrará estas inscripciones: “Fons Vitae, fons Mortis” que para nosotros viene a decir que hay que servir con igual intensidad a la vida y la muerte, cosa olvidada.
De todos los terrestres, el que se topa con problema de cumplir el consejo de Cajal son precisamente sus colegas médicos actuales. Ellos están para evitarla, para eso se le prepara en la actualidad y ya no para atenderla como se hacía siglos atrás; ni siquiera para pactar con ella, ya que lo que intenta es domarla, sin lograrlo aún.
Es evidente que la fusión vida-muerte, es más poderosa e intensa que la acción humana. Historia, naturaleza, experiencia, saberes y convicciones, se reúnen en cada uno de nosotros para formarnos no solo una aceptación de ella, sino para conocerla y ello requiere que le dediquemos tiempo, ya que no debiera ser vista en un plano y carácter secundario a la vida, sino a su par. Esfuerzos y creencias religiosas, científicas, filosóficas, trascendentales e idealistas se cruzan en ello, pero no debería ser fuente de temor su conocer, sino de esfuerzo para incorporarla dentro de nuestra doctrina de vida y vivencia, pues no es comprensible la una sin la otra. Son caras de la misma moneda y del sentido de nuestra vida, que nos obliga a desentrañar el papel de la una y la otra en nosotros, si no queremos vivir como zombis sin penetrar en la sede de nuestra intimidad.