Creo que ya bien entrado en mi séptima década, aún estoy saludable. Mi cabello es abundante, mis ojos y oídos aún perciben la naturaleza exterior, a veces me duelen las piernas, pero camino y puedo hacer, aunque algunos con dificultad, los ejercicios habituales del hacer doméstico y por las noches me despiertan los jalones del tendón de Aquiles y de mis sueños. No suelo tomarme la presión arterial, pues padezco de hipotensión y me meto en las comidas hasta tres cucharadas diarias de sal, con la que la mantengo a raya. No tengo chequeo alguno y me zampó todas las mañanas una aspirina de 300 miligramos. Duermo bastante bien desde las diez de la noche a las cinco de la mañana, con despertares para orinar e insomnio, al menos un par de veces al mes que no me preocupan y los disfruto leyendo. Mis genes me los examinaron en un estudio: soy indio, español y no sé cuántas cosas más, que tampoco me preocupan. No fumo, pero tengo otros vicios personales e intransferibles a la opinión pública, sin llegar al degenere. Disfruto de la lectura, la música, las buenas documentales, películas y escribir. A los deportes les he perdido el interés, debido a que los considero un mero negocio, pero de vez en cuando disfruto de alguno que otro espectáculo deportivo por tele.
Desde hace un titipuchal de años, he dejado de ser “especialista” y creo que fue una aberración formativa el que cometieron con mi generación, haciéndonos y volviéndonos especialistas en algo, cuando la vida y todos sus actos y fenómenos, a lo que menos obedecen desde explicación hasta ejecución, es a deberse a deterioro solo en algo. Por eso el ejercicio de la medicina en actualidad, más que un arte, se ha convertido en un cúmulo de ciencias parciales, que nos parten en pedazos, impidiéndonos vernos completos y además se ha convertido en tremendo negocio.
Ahora apenas tenemos claridad que, para entender a nuestro más cercano o cercana amistad, vecino, no digamos el barrio, no basta con la psicología. Igual cosa sucede con la enfermedad, no basta con el diagnóstico y el tratamiento del médico para explicarla y corregirla y así que dudo que ese precisar física, mental y emocionalmente con que se define la salud, tiene múltiples caras y obedece a múltiples saberes y ambientes también. Creo que todo evento de nuestra vida diaria, todo acto realizado dentro de ella, incluso nuestros sueños, obedecen y son resultado de la confluencia de cientos de cosas, relaciones, razones y maneras de responder interna y externamente que, si fuese posible a cada sujeto clasificarlo por ausencia, presencia de anomalías que hay en su cuerpo y mente, nos toparíamos y de hecho nos topamos, con tal la variabilidad que, a mi entender, eso constituye la pura esencia de la vida. Pero supongamos que a todos nos hicieran un screening de toda la organización y funcionamiento corporal, análisis genéticos, de laboratorio y de técnicas avanzadas de imágenes, pruebas de todo tipo sociopsicológicas, estoy seguro de que no habría uno solo de nosotros normal en todas ellas y a ese resultado me atrevería a calificarlo de la normalidad. Eso sí, independiente de la calificación, escucharíamos de cada uno que su vida la ha vivido y vive, algunos calificándola de feliz y otros de infeliz, independiente de esas normalidades o anormalidades calificadas por los test.