Se suele decir que los hábitos determinan nuestra vida y conducen al éxito, la felicidad o el fracaso. Cuando una persona piensa en formar hábitos nuevos o deshacerse de los existentes se piensa que es cosa de voluntad, pero puede usted hacer una reflexión y se dará cuenta de cuánto eso es cierto. ¡En efecto! siéntase cómodo y revise cuidadosamente su día a día y estoy seguro que llegará a la conclusión de que la mitad o más de las acciones que usted realiza, son secuencias de comandos automáticos formulados de firme en y dentro de su cabeza, que se han venido formando a lo largo de toda su vida desde su nacimiento. Es curioso darse cuenta de esto sin pensar ¿sucede lo mismo en el ámbito social? Veamos algo de esto. Desde las generaciones del siglo XIX estas han producido un esquema de ser gobernadas basadas en experiencia, se ha producido una formación de habitualidad a una forma de gobierno y entonces podría decirle y pedirle que revise los periódicos desde la década de los cincuenta y explore las temáticas de las noticias, las clasifique y haga lo mismo con editoriales y opiniones y se llevará una sorpresa: las mismas noticias, los mismos argumentos sobre esas situaciones y soluciones similares, circulan página tras página. En primer lugar, eso nos muestra que vemos las acciones y el accionar del gobierno –al menos una mayoría- como una rutina diaria de la misma forma gobierno tras gobierno, sin casi pensar en ello al igual que hacemos con nuestro vivir diario: despertarnos, lavarnos la cara, tomar café, vestirnos e ir a trabajar: este ritual lo realizamos en la misma secuencia durante muchos años y de igual manera contemplamos el hacer gubernamental aceptando que podríamos decir como “normales” todas sus rutinas, planes, acciones y entrega de servicios.
Solo entonces nos topamos con que se trate de malos hábitos, como buenos, malos o neutrales, a menudo adquiridos por voluntad propia o por los que nos esforzamos y trabajamos duro para algo, a lo largo de nuestra vida actuamos según nuestros hábitos, desde que nos levantamos por la mañana hasta que nos acostamos. Buenos, malos o neutrales, los hábitos tienen un gran poder sobre el comportamiento y la vida que llevamos y nos marca la calidad de esta. Igual sucede con lo gubernamental, se han formado hábitos no solo en los que ejercen y detectan el poder (políticos, funcionarios, instituciones, grupos sociales) sobre la forma de gobernar y hacer las cosas públicas, sino que también en la ciudadanía de aceptarlas y hay algo en esto que necesita ser estudiado a fondo: En los hábitos de nuestro hacer diario, creemos que cuanto más se practican las mismas acciones, más rápido y con mayor precisión se realizan. Igual ha sucedido con un hecho que viene de antaño en la forma de gobernarnos: la corrupción y deshonestidad. Con el devenir de nuestra historia, las mejoras para establecer malos hábitos en nuestra gobernabilidad se han vuelto tan complejas, precisas y significativas que ya son automáticas todas las formas de corrupción. ¡Importante en esto! Una persona puede perder la memoria, pero sus hábitos permanecen.
En la mayoría de los casos, los hábitos se convierten en un patrón de comportamiento tan arraigado, que seguimos haciéndolos sin pensar, incluso cuando no los necesitamos. Estamos bajo un patrón de hábitos que llevan a la corrupción y la pregunta es ¿cómo se pueden romper y quién lo debe hacer?