¿Por qué separar las dos cosas, los dos nombres, si van tan bien juntos y son necesarios? Fuerza, gracia, entusiasmo, coraje: son juventud, pero también son política. El esplendor del desarrollo humano, el encanto de los ideales, la magia de las esperanzas, la lucha por un mundo mejor para todos, también son juventud y política. La juventud ama la vida, el bienestar la justicia y la equidad. La política es su obligación mantener eso siempre al día y universal. Y ambos deberían iluminar con la luz suprema del trabajo y responsabilidad a todos y sin embargo, nada de eso parece darse en y por estas tierras.
La realidad se manifiesta contraria a las aspiraciones de la política y la juventud. Los jóvenes con la dulzura de su benéfica inspiración, compromiso y responsabilidad, no pasan de ir y comprometerse más allá de un voto; no aportan a una vida política dentro de un proceso democrático y entonces vemos lo público y lo privado desenvolverse siempre lleno de torturas y angustias, rodeado de inequidades e injusticias irresistiblemente fatales, porque la vida pública y social, en su mayor parte, se ha llenado de un fuego comandado por un individualismo al máximo de su expresión.
Si se dejara y presionara al joven a mover toda la potencia de sus competencias más allá de sus manifestaciones y deseos, dejarían de vivir atolondradamente atendiendo y deambulando a través de círculos viciosos que se repiten día a día, encarcelándolos dentro de una rutina que no los hace crecer y madurar. Por eso, al oír hablar de política, cambio, compromiso, nuestra juventud lo único que hace es empobrecer la esencia de su propia calidad de vida sometido a ese sentimiento individualista. ¿Dónde está la responsabilidad, la obligación, la formación de actitud para consolidar derechos? ¿dónde está la misericordia para apoyar actitudes y prácticas que beneficien al más necesitado, la justicia, la verdad, el sacrificio, dónde está?
Insisto, la educación, la enseñanza de nuestra juventud, va encaminada a atender y formar actitudes y prácticas enfocadas a una fascinación por el consumismo y la satisfacción personal. A un desarrollo soberano de todas las energías placenteras dictadas desde afuera, que busca atender deseos pero no obligaciones. De tal forma que nuestras desventuras nunca van a encontrarse como debiera con el otro. Generaciones de hombres y mujeres pasan y pisan nuestra tierra desde jóvenes y hasta su vida adulta, conformándose con dejar existir y mantener a los enemigos de su desarrollo, a pesar de tener dotaciones para su exterminio. Vemos entonces un perenne despliegue infructuoso a medias, de las facultades humanas quedando todo desde que se es joven, en una continua búsqueda sin beneficio para explotarlas y compartirlas y ponerlas a disposición de la sociedad y encausarlas a formar un mundo mejor.
La historia de nuestras juventudes es un camino empinado, tortuoso, infinito, donde se mueven ilusiones que con raras excepciones se convierten en realidades; un continuo acercarse, pero más retroceder ante un medio político, social y muchas veces también ambiental, que obliga a continuos acercarse y retroceder; a un progresar y un detenerse, y que en muchos culmina en un doblegarse, un envilecerse, un caer, un alejamiento del triunfar.
De tal manera que no erramos al decir que ¡un inmenso y maravilloso enjambre de seres y de cosas, de hechos e ideas! se pierden en ese tortuoso mundo de la individualidad, sin que esa flora gigante, orgullosa, de la juventud, la juventud del pueblo, exija y promueva sin tregua a una renovación desde el amor, desde el dolor, desde la batalla. La juventud de pensamientos e ideales, que brotan vívidamente de corazones jóvenes y que debería conducir a victorias cada vez más justas y equitativas pareciera que ha muerto en hogares y en escuelas de nuestra patria. Pareciera que la juventud ha perdido el arte que capta los más diversos aspectos de la vida, las más bellas manifestaciones de la sociedad y del gobernar e inmortaliza dando paso a un espíritu de indiferencia y pasividad y poniendo candado a ese mandato biológico y social que le obliga a rebelarse.
Pasaron las generaciones del siglo XX, van en camino las del XXI y a su paso, las unas dejaron solo vestigios de una lucha por la democracia, pero las actuales no muestran indicios de ni siquiera dejar algo de eso. En la historia de nuestras juventudes, se han obtenido gloriosas conquistas, pero más oprobios. Ese viaje ha sido acompañado tanto por lo político como por lo social sin un sello de obligaciones que impulsen y motiven a esas juventudes a transformar con los años y con la realidad, refinar la lucha contra lo malo y oneroso y a perfeccionar con los siglos el potencial humano. Nada de eso han hecho nuestras juventudes que han perdido la conciencia de pueblo sin encerrar en el vasto círculo de sus brazos, las aspiraciones y los recuerdos de cada pasado, el sueño de cada futuro. Su aliento apenas ha quedado en protestas sin tomar partido y acción. Lo soberano, lo eternamente verdadero queda en el olvido y pasan las generaciones. Nuevos ideales, nuevas luchas, nuevas formas de individualismos van haciendo patria sin llegar a formar Nación.