Alfonso Mata

alfmata@hotmail.com

Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.

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Si asumo la definición de política que establece Wikipedia como “conjunto de actividades que se asocian con la toma de decisiones en grupo, u otras formas de relaciones de poder entre individuos y la distribución de recursos o el estatus”. Entonces puede deducir con facilidad que es una actividad no solo de políticos sino de todos los individuos en todas sus actividades y así puedo identificar que: los hermanos pelean en su casa para ver cuál es el que más influye en sus padres. Los esposos para ver quién es el que más influye en sus hijos y controlar todo. En una escuela, los profesores son rivales, para ver cuál es el que más influye en los alumnos. Dentro de una empresa o institución, la lucha se vuelve feroz y llena de todo tipo de zancadillas. Y la lucha jerárquica se ve incluso en las iglesias; dentro de la que conozco, los curas pelean entre sí para ver quién puede llegar a ser obispo. Los obispos, para llegar a cardenal. Los cardenales a Papa. En todas las actividades humanas -en una u otra forma y al menos en nuestra sociedad- desde niños se nos inculca la lucha política, es decir, lucha por el poder y en ello vale de todo. Hay siempre una lucha por el poder, por el que pueda llegar más arriba a las posiciones del más alto nivel a tener lo mejor, muchas veces con artimañas e inmerecido.

Ante lo arriba dicho, quizá los que tenían el poder y mal usando la ciencia, dispusieron que nuestra manera de ser política, se derivaba de una característica animal constante: La lucha por la jerarquía; la lucha por colocarse en el lugar de mayor importancia en el centro de la manada, a fin de obtener el mejor alimento y el mejor y mayor sexo, perdón, capacidad reproductiva, a costa de lo que fuera. Pero hay algo en eso que aclarar del instinto animal que rige esa conducta. La naturaleza no estableció un instinto al libre albedrío, el principal motivo en el reino animal de dotar genéticamente diferente a todos es la protección de la manda y la preservación del linaje y desde el nacimiento las crías saben quiénes pueden competir por ser el mejor y quiénes no y no se lucha por eliminarse sino por preservar y mejorar. Pero eso no sucede entre humanos. De hecho, luego de más de cien mil años no debería de suceder, dado que el cerebro si en algo evolucionó y en eso apenas le prestamos atención, fue en socializar y eso demanda y fue preparado para ello, el dominio y control biológico de nuestra naturaleza instintiva. Así que no podríamos ni deberíamos de tildar la política, como una actividad animal dejada un poco al azar biológico y a actitudes y prácticas instintivas, cuando tenemos un contexto cerebral y cultural que atender, formar y respetar. Es lastimoso que todavía en la actualidad, y eso lo vemos incluso en los niveles más básicos de la jerarquía pública y privada, se entra en la política como lucha, sin que ninguna otra cosa importe, fuera de llegar al tope, a ser el más alto, a ser al que nadie pica y en eso la legalidad vale un comino.  Allí se encuentra toda clase de fieras y de animales salvajes menos domésticos y entonces seamos claros, en ello solo hay una obsesión: el ocupar el primer puesto.

Si queremos cambiar ese orden de cosas, tenemos que cambiar primero nuestra forma de pensar y actuar político y como bien decía un viejo maestro, tenemos que dejar de compararnos con los animales y de buscar ser uno de ellos. Unos blandos, sinuosos y conformistas, como las ovejas. Otros arrastrados, peligrosos y venenosos, como los reptiles; otros cálidos y valientes como los gallos de pelea; otros astutos, y traicioneros, como los felinos. Debemos buscar y explotar la maravillosa naturaleza humana que tenemos y dejar de perdemos en esa lucha de animales. La política no es lucha, es participación y cooperación.

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