Alfonso Mata

alfmata@hotmail.com

Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.

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No es raro en calles y lugares de tertulia, tropezar con gente confundida y desconcertada en que la amargura de un resentimiento insoportable se refleja en su rostro. ¿Cómo es eso? ¡Si! el equívoco de un voto es para algunos motivo de tristeza. Pero hay otro tipo de inconformes y somos las generaciones más viejas. El otro día escuchaba este lamentarse a un amigo mientras almorzábamos: di los mejores – maduros – años de mi vida, trabajé días y noches en medio de un infierno de dolor y sufrimiento, sin días libres ni vacaciones y ¿sabes lo que adquirí? nada más que una úlcera de estómago y dos infartos. Nunca me he deprimido por esto, no me quejo ni me arrepiento de lo vivido, yo lo escogí, sabiendo que, por todo en este mundo, uno tiene que pagar por sus propias dolencias. Mi amigo que así se expresaba ante nosotros sus amigos, a los pocos días moría y en los siguientes meses, su familia sacándose los ojos diezmaban su herencia y toda amistad y fraternidad construida. De eso hace cinco meses.

 

Creo que el precio a pagar por una ciudadanía mal ejercida es muy pequeño por el hecho de que lo que se confía y espera con el voto, siempre redunda en lo mismo: siempre elegimos igual o similar, sin elegir hacia una avanzada de cambio, porque no dominamos todas las capacidades previstas para los siguientes cuatro años e incluso somos incapaces de prever las propias ¿será eso cultural? No invertimos ni en la propia producción ni en la ajena y todo se transforma en inversiones de capital salidos al azar y nos matamos haciendo lo mismo con el mismo equipo, con el mismo enfoque y esfuerzo y con eso queremos transformar la absurda vida que nos toca vivir y la ajena. En lugar de ruinosas chozas queremos y nos desvivimos por “comodidades en el patio y fuera de él”, rascacielos que nos traen, vestir que nos desvive, automóviles que nos deslumbran, deportes, espectáculos que nos embelesan. Todo es vivir a través de otros y no dentro de nosotros y con todo y eso, nos quejamos todos de constantes problemas, tensiones físicas, mentales, espirituales, sin poner atención que todo eso lo provoca nuestro interior insatisfecho por el silencio a que lo sometemos. Cosa parecida sucede con el Estado, el voto nos desliga tontamente a participar, salvo que nos veamos con la soga al cuello. El sagaz aprovecha esa pasividad, haciendo de las suyas a sabiendas que abra protestas y hasta ahí, mientras el tiempo pasa y él se embolsa.

Así las cosas, los indefensos habitantes solo vivimos bajo dos órdenes: abrir todas las válvulas y compuertas para la persistencia y aceptar (nunca el hombre acepta culpa alguna) que las cosas se suceden “porque así es”, sin tratar de arrojar las sustancias tóxicas que llenan nuestra vida y la de la Nación. Se ha dicho que cuando tanto el operador como el jefe del taller dudan, cobardes y temerosos de la responsabilidad, el director, presiona el botón de arranque de los dispositivos de desbloqueo de emergencia. Eso sucede en el trabajo porque es imposible esperar un minuto, porque ahí la demora es como la muerte. La muerte de la empresa y los empleados, pero eso en el Estado no sucede. Ni el director ni el jefe van tras ello. Si reaccionamos, pero ya para entonces, es demasiado tarde.

Creo que el actual gobierno aún está temeroso de presionar el botón de arranque de desbloqueo de emergencia para terminar con la tolerancia de la corrupción e injusticias y so quiere caer en la desesperación, DEBE ATENDER AL PUEBLO y olvidarse de los expertos que en todo lo que va contra lo que ahora es el modus ven propiedades tóxicas contra la soberanía y la democracia. Insisto cual si no existe ni la una ni la otra más que para sostener la corrupción.

Ni el pueblo ni el gobierno, cruzándose de brazos y esperando que la justicia haga justicia y restaure naturalmente, podrán acabar con el estado de anomalías actuales. La concentración de sustancias tóxicas no va a disminuir si la fábrica de hacerlas y expandirlas está funcionando.

Sin olvidar ¿cuántas veces has esperado en tus viajes a votar un cambio? Siempre. ¿Qué has obtenido? Nada o muy poco, y en medio de esperanzas, el veneno de la corrupción crece y el daño aumenta: malas carreteras, mala educación y atención a la salud, falta de seguridad y mientras tanto, probablemente diremos en cuatro años:  sólo logró depurar más o menos el funcionamiento del equipo principal, pero nunca pudo llevar la planta de producción del gobierno a su capacidad diseñada.

El único diálogo que ahora se necesita es pueblo-gobierno y ello encaminado a la acción ahora que todavía están calientes los entusiasmos.

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