Mi opinión de hoy va más llena de preguntas que de respuestas. Desde mis primeros años de profesional, hay una pregunta que no lograba y no he logrado responder a cabalidad. ¿Cómo Guatemala siendo un país rico en capacidad agrícola, uno de los más productivos en cuanto a café, algodón, banano, maíz, y ahora en cuanto a azúcar, palma, se da el lujo de tener una de las poblaciones más pobres y extremadamente pobres de la región?
En aquellos setenta, el intercambio de ideas entre profesionales y compañeros de diferentes disciplinas era común. En una oportunidad alguien me sugirió que leyera a Adam Smith y en su lectura encontré dos ideas que me impresionaron: Mercado y división del trabajo y acumulación. Lo primero no chocaba con mi medio; lo segundo sí. La acumulación, como lo dictaba aquel profesor de filosofía moral, debería seguir el orden natural de la sociedad: “Solo las sociedades organizadas según leyes progresan” y esto no lo teníamos ni hemos tenido con justicia y equidad nosotros. Entonces el dictado de Smith establecía que: “Basta con que en el mercado se deje actuar a cada hombre con arreglo a su más acerado egoísmo en busca del lucro, para que providencialmente y como guiada la sociedad como una “mano invisible” nazcan de un egoísmo individual, el bienestar y el progreso colectivo”.
Cuando leía la riqueza de las naciones a mi mente solo vino: pero si eso desde la conquista viene sucediendo y está basado no solo en lo que dice Smith, sino a eso se suma la sentencia del comerciante Vincent de Gournay “laissez faite, laissez passer le monde va de lui même” «dejen hacer, dejen pasar, el mundo va solo».
Por consiguiente, parecía que el éxito de las naciones estaba en dejarse guiar por esas sabias palabras y en dejar como centro de su evolución la economía. Y efectivamente, desde entonces –de eso no más de tres siglos- se creó riqueza como nunca la humanidad había visto y soñado, pero también pobreza al seguir al pie de la letra esos postulados. Y en esa versión del logro económico, hay algo que sorprende mucho y lo es que a la par de ese portento económico, se desarrolló la mente, la ciencia con sus asombrosos y provechosos descubrimientos y ¡oh nueva paradoja!, el número de pobres y de las enfermedades fue de igual éxito y a pesar de que hay países en que la “abundancia” entró de lleno, esos países también son ricos en pobres y muchos de sus habitantes siguen sin resolver sus más perseguidos sueños de bienestar. Hay en esos países gran cantidad de personas padeciendo hambre y enfermedad, viviendo de la caridad, y sin satisfacer necesidades vitales.
Todo lo anterior me lleva a una conclusión que de por sí es de muchos: El crecimiento económico, si bien es necesario, no es ni ha sido suficiente para eliminar la pobreza ni para permitir el desarrollo del individuo y la nación. Es más, y eso habría que estudiarlo detenidamente, pareciera que, en nuestra historia, al aumentar la riqueza de la nación solo ha agrandado la brecha de ricos y pobres en todo sentido y parece grotesco ver que el sistema social y político que a unos pocos hace ricos y además acumuladores, crea al mismo tiempo la pobreza de miles e indiferencia y desanimo en todos. ¿Por qué de todo eso, cuáles son sus fundamentos? ¿Qué propicia que todo suceda así? ¿Qué falla en la ciencia, en el estado, en la sociedad y el individuo? O es que la gente debe seguir aceptando que lo que sucede es natural porque “Jesús está en cada pobre”. La mayor carencia de nuestra gente es no participar en la solución y forjar su vida y eso implica contestar antes que nada y con claridad las preguntas que he planteado y que llamo las del porqué del subdesarrollo y luego transformar nuestras respuestas en acciones.