Creo que sin temor a equivocarme, que todas las generaciones que en estos momentos interactuamos en nuestro medio, tenemos algo en común: Todos adquirimos un caudal de conocimientos diario, sin preguntarnos cómo, por qué y para qué. Razonamos sin haber investigado cuáles pueden ser las mejores formas de razonamiento y sus fundamentos. En realidad, amamos, queremos u odiamos, cedemos o resistimos ante pasiones; hacemos el bien y el mal, somos virtuosos o criminales y, sobre todo, lo que encuentro por todos lados, es una mayoría que creemos en Dios, lo adoramos, le rezamos, sin haber leído ningún tratado de moralidad y de teodicea. Conclusión de ello: no observamos ni las más mínimas normas de convivencia humana, eso sí, exigimos su cumplimiento obligado a todos. No adquirimos debida conciencia.
El territorio nacional, se mire hacia donde se mire, ofrece hoy una abundante riqueza religiosa, resultado constantemente renovado de procesos complejos, en los que el proselitismo cristiano ha desempeñado y desempeña todavía un papel importante y eso se mire hacia donde se mire no tiene un solo fin, lo tiene también político, social, institucional, hogar individual muchas veces ajeno a cualquier principio moral establecido en la creencia religiosa incluso contrario.
Pero esta diversidad debe atribuirse también a las mutaciones y metamorfosis del propio cristianismo, de sus líderes, generadas por el contacto con las poblaciones locales y el poder, pudiéndose encontrar muchas veces que detrás de cristianismos basados en discursos a menudo exclusivistas, se escode un verdadero interés: poder y riqueza. Pero algo si es claro, muchos de esos mensajes ocultan un preludio de la globalización y punta de lanza de la modernidad de unos contra otros. Hoy, como en los primeros tiempos de las misiones de la colonia, la expansión de la religión cristiana, basadas en intereses personales y políticos, ha constituido para las poblaciones más necesitadas, un factor de aculturación muy potente. Sin embargo, e insisto, muchas de estas sociedades, en sus mandatos políticos, reivindican el cristianismo como valor fundacional de sus culturas, pero solo en algunas de sus partes y contenidos. Entonces podemos decir con seguridad que el proceso de cristianización aún está en marcha, obligando a una mayoría a un conformismo con falsas promesas que se resumen en dejar todo “a voluntad de Dios”.
Ante ello cabe hacerse varias preguntas, ¿cuáles son las razones del éxito o fracaso de los misioneros cristianos entre las diferentes poblaciones? ¿Qué peso tiene en esa interpretación el sensualismo de clase en el proceso de integración o rechazo de la creencia, amaos los unos a los otros, con su doctrina, sus dogmas y las prácticas sociales y rituales? ¿Cómo se expresan y significan las nuevas formas de socialidad solicitada por ese cristianismo (entre miembros de una comunidad, entre hombres y mujeres de distintas clases y niveles socioeconómicos, etc.)? – ¿Cómo se desarrollan esas aceptaciones hoy en la vida religiosa dentro de la vida social?
Toda respuesta a esas preguntas va llena de un cambio cultural que implica la adopción y/o imposición del cristianismo según clase social: ¿qué cambia para los grupos socioeconómicos de los quintiles más bajos respecto a los más altos cuando se enfrentan a su cristianismo? ¿No estaremos ante una mezcla, más o menos homogénea, más o menos estable en cuanto a principios, pero de varias religiones en cuanto vivencias?, o, por el contrario, una ruptura, brutal y profunda en vivencias e interpretaciones, ante mundos cuyas modalidades son vividas, comprendidas y analizadas de diferente forma. Alguien dijo que los hombres no solo viven en sociedad, sino que producen sociedad para vivir, ¿no deberíamos pensar las rupturas en la historia de las sociedades y la función que en ello tiene la religión?
Sería interesante que, a la luz de todo ese dudar, todos los grupos religiosos se dispararan una posición al respecto. Un debate de este tipo no está cerrado dada la importancia que la religión tiene en el alma del ciudadano y su impacto en el cumplimiento de su ciudadanía y eso, dado a la extrema diversidad, tanto de las formas de imposición y apropiación del cristianismo, como de los modos de mutación religiosa y su impacto social y político en donde jerarquías y valores son motivo de comportamientos políticos y sociales se hace necesario para llegar a posicionar una verdadera democracia.