Un pueblo como el guatemalteco, sometido a ignorancia de todo tipo, se abstiene en buena parte, de hacer uso de un don gratuito y maravilloso que todos poseemos: La predicción. Ese reflexionar que se atreve a mirar el futuro sobre las bases de conocimiento y sabiduría, que bien puede orientar a pueblos y generaciones, en lugar de que estos busquen entre mentiras y supersticiones, incluso en conceptos doctrinarios religiosos, olvidándose del “Dar al césar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Es fácil entonces para la mayoría, dejarse llevar por pendejadas propias de ignorancia e indiferencias.
El desastre social y político que vive nuestra nación y el mundo entero hoy, no es de ayer. Dos mentes preclaras del siglo XIX lo advirtieron. Dostoyevsky escribió sobre el hombre de su época: “No sólo no he logrado hacerme malo, sino que no he logrado convertirme ni en malo ni en bueno, ni en canalla ni en hombre honrado, ni en héroe ni en insecto. Ahora sobrevivo en mi rincón, burlándome a mí mismo, con el inútil y malévolo consuelo de que un hombre inteligente no puede convertirse en otra cosa, y que sólo un tonto lo logra. Porque un hombre inteligente del siglo XIX debe, y está obligado moralmente, a ser un sujeto fundamentalmente sin carácter; puesto que un hombre con carácter, es decir, toda una personalidad, es una criatura limitada por excelencia. Esto son mis convicciones de cuarenta años. Ahora tengo cuarenta, y eso es toda una vida; es más, es la vejez más profunda” y entonces predijo: “No me sorprendería si, en medio de todo este orden y regularidad del futuro, surgiera de repente, de un lado u otro, algún caballero de mala cuna, o, mejor dicho, de comportamiento retrógrado y cínico, que, poniendo los brazos en jarras, debería deciros a todos: ¿Qué tal, señores?
Por su lado, ya a finales del siglo XIX, el historiador Jacob Burckhardt, ante las corrupciones y debilidades en la civilización occidental del siglo XIX, escribió que era más que posible la llegada de personas que: “con una decisión despiadada y una fuerza incansable, derribarían incluso las buenas instituciones” Y aseveró que a la gente: “tal vez no le guste imaginar un mundo cuyos gobernantes ignoren por completo la ley, la prosperidad, el trabajo rentable y la industria, el crédito, etc., un mundo gobernado por corporaciones militares y partidos únicos. Pero tal mundo se hace posible, cuando la mayoría ya no ejerce, por medios ordenados, la iniciativa de reformar y reorientar continuamente las instituciones para servir a los propósitos humanos. Lo que los virtuosos no harán de manera razonablemente constructiva, los criminales y bárbaros se encargan de hacerlo negativa e irracionalmente, por el puro placer y provecho. Cuando los individuos eluden la responsabilidad como personas, su lugar es ocupado políticamente por un tirano, que recupera la libertad de iniciativa a través del crimen”. Más claro no cante un gallo.
Solo después de haber experimentado una cierta agonía de desintegración, el alma parece estar lista para asumir la carga, de otro modo insoportable, de crear una nueva forma de vida social y política ¿será ahora nuestro momento? Si la crisis actual no provoca la muerte de Semilla, puede fomentarse un cambio. A menudo, el período de cambio en una nación, lo es en el momento de un desafío duro, casi fatal; lo atestigua desde la antigüedad, Atenas después de la guerra persa, los judíos después de la huida de Egipto; Alemania luego de la Segunda Guerra Mundial.