Alfonso Mata
Hay dos notas periodísticas recientes que atrajeron mi atención. Una de la prensa comunitaria en que Marcelo Colussi, hace alusión al ejercicio indebido de poder de unos sobre otros y pone de ejemplo la reciente pandemia y dentro de ella lo que fue la distribución mundial de las vacunas: una falta de ética y solidaridad. La otra nota de prensa es una entrevista nacional que se le hizo al teólogo Samuel Berberian publicada en Prensa Libre en que señala que deberíamos preguntarnos cuánta gente va por allí caminando para hacer su juego y cuánta (el cree que somos la mayoría) para ver qué resulta y señala que la mayoría de los guatemaltecos vivimos dentro de la probabilidad que la cosa resulte como yo quiero, sin detenernos a ver cuál es nuestra necesidad; estamos atados a nuestros gustos -percibe.
En ambas notas, el desinterés por el otro es lo claramente palpable, con sacrificio de gente y ambiente, situaciones de por sí ya cargadas de descontento y tragedia. Eso me hace pensar, que no hemos resuelto las preguntas básicas que deberían estar en mente y corazón de todo hombre y mujer guatemalteca ¿cuál es mi posición en mi mundo político y social? ¿Mi misión en mi vida propia, política y social? y las posibilidades prácticas reales que tengo para tratar esas dudas y solucionarlas.
El primer escollo con que tropiezo para ello es de formación de conciencia y el problema es que ni en el hogar ni dentro de las instituciones públicas ni privadas y mucho menos en coordinación todas ellas, nos tiramos a educar con una metafísica elaborada y sistémica, esos puntos clave. De la actuación actual de nuestra sociedad, puede decirse claramente que es reactiva y de ello deducirse que, ante esa cadena de ausencias, encontrar un hombre libre y llamado a la perfección resulta más una excepción que una regla y ante ello, encontrar un marco político soberano y democrático, ni de chiste. Consecuencia de ello es que, la misión especial que a cada uno de nosotros nos encomienda la Constitución de la República, no tiene a la vista ni optimismo real ni activismo vivencial. Por consiguiente, vivimos sumergidos preocupados por nuestros medios de vida para sobrevivir y sin espacio ni tiempo, para indagar sobre nuestro propio YO, mucho menos del OTRO. Sin vislumbrar cambios fundamentales de actitud en nosotros y mucho menos en el manejo de nuestro medio social y ambiental. Si al caso, y eso de cuando en vez, hacemos acto de presencia como protesta contra los credos injustos e inequitativos del poder y de coacciones exteriores y con ello nos consideramos satisfechos y cumplidores.
En conclusión: somos incapaces aún de recatar de la fuerza demoniaca del actuar de unos pocos, lo que realmente nos corresponde, conduciendo nuestro ser y el de la sociedad, a una realización limitada a la exclusiva y buena suerte de usurpadores, y no extendida a la felicidad de la ciudadanía; arrebatándonos nuestra indolencia, la posibilidad de adquirir una responsabilidad de un ideal de justicia y equidad que haya de desbordarse en pro de una Nación y su ciudadanía. En tal sentido, unas elecciones como las que se avecinan, carecen de sentido, pues carecen de espacio para cambio alguno.