Vivimos una época en que sutilísimos círculos de vida se dan sin converger en su fin: el bienestar humano y cada uno de esos círculos, cuenta con su propio don de crecimiento y adaptación, que pese a estar regido por la Constitución de la República, lo hacen ajeno a ésta y creando cada uno de ellos su propio valor existencial, dotado de impulsos y ramificaciones que a lo largo de décadas no logran acoplar como debiera de ser un espacio común ¿Cuáles son esos círculos?
El primero de ellos es el político, diminuto y cerrado, en el que sus miembros danzan en busca del ególatra poder, saliendo de manera violenta chocante y abusiva al encuentro de los otros dos, pero beneficiando substancialmente a solo uno de ellos, impulsados por el deseo inconmensurable de la riqueza.
Viene a continuación otro círculo más pequeño, muy próximo al anterior e interceptando con el anterior: el financiero, que se desenvuelve en el vasto y solitario mundo de las monedas, haciéndolas rodar a base de privilegios y chantajes y salpicando a diestra y siniestra al círculo de los políticos, con el fin que le deje rodar como quiere sus intereses y movimientos, a expensas del tercer círculo.
El tercer círculo: el verdadero creador del accionar de riquezas y pobrezas, tiene un rodar limitado por los otros dos, con un destino casi ciego y cargado de un porvenir en el que su principal rodar es sobrevivir, pues dentro de este, las ramificaciones para crear y progresar son escasas ante la voracidad de los otros dos y la inercia que produce un tener que sobrevivir dominado por leyes naturales y no sociales, limita su rodar.
Toda la exageración y separación en que ha caído el rodar de esos círculos en nuestro medio, ha elevado los conflictos propios de sus miembros y entre círculos; conflictos que se han ido agudizando, desencadenando nuevas relaciones de poder, bajo la tutela de la violencia, la agresión, el egoísmo y el temor que imperan dentro de esos círculos y sus movimientos, generando libertad de expresión que favorece solo a minorías y produciendo nuevos órganos de poder y nuevos instrumentos ilegales de eficiencia, que marginan cualquier intento legal de crecimiento humano de cualquier tipo.
Lo dramático de esa situación expuesta es que, tarde o temprano, esa exageración física y espiritual en que se ha caído, ha llegado a convertirse en una carga que altera los ritmos de esos círculos y eso no es producto de libertad de expresión, como si fuera un voto, sino de una ambición sin límites, que producto de la ingenuidad no favorece a nadie y deja detrás un reguero de cadáveres y de lisiados física y espiritualmente y que tuerce el curso de la evolución de la humanidad de los miembros de esos círculos.
¿Cuándo la crisis estallará y en qué y cómo? Está por verse. La vasta posibilidad de lo que debe ser la relación humana, está aún en sus albores; el proceso de evolución mental y espiritual del hombre aun prosigue y probablemente lleve a un valor nuevo y a nuevos caminos y círculos y nuevas interrelaciones ¿serán esos cambios catastróficos o pacíficos; prudentes y razonables? Eso está por verse ¿creceremos o moriremos? Lo cierto en la duda, es que el hombre individual y social, no puede ni física, ni mental y emocionalmente separarse; ambos deberán evolucionar y el ¿cómo? Es el dilema y a la vez puede ser su trágico final.