Alfonso Mata
Creo que a veces confundimos las cosas que tienen que ver no solo con el bienestar individual sino con el social. En lo político como en lo social o institucional, nunca las situaciones y condiciones de gobernanza y formas de gobernar están del todo resueltas, pues en parte las personas: su número, sus condiciones, sus necesidades, y sus posibilidades, cambian y si bien no podemos crear instituciones perfectas, si podemos crearlas para que funcionen con honorabilidad y de calidad; para que cumplan con su deber y poniendo de nuestra parte lo mejor que podamos y actuando dentro de un marco de entera legalidad.
Pero histórica y actualmente, nuestro caso es un tanto dramático. La historia de nuestras instituciones, es una constante mezcla de mediocridad y corrupción, marcadas con las mismas razones: una crisis de valores morales en el cumplimiento de obligaciones y responsabilidades. Nada hay más sagrado para el funcionario, que el cumplimiento de la ley: pero en nuestro caso, los tres poderes parece que hacen todo lo contrario. Toda ley y norma que los rige, pareciera ser hecha para romperla o a lo sumo para que sean otros los que las cumplan.
En estos momentos, nuestra nación se encuentra en una encrucijada: una mala forma de gobernarnos, que es una cuestión que siempre ha estado ahí; que ha adquirido magnitud gigantesca y que ya afecta el desarrollo nacional de manera notable, como lo señala la prensa y los medios informativos, que diariamente nos muestran la deshonestidad en el manejo de bienes y dineros públicos y su distribución. A diario nos enteramos de las abominaciones para usurpar y hacer uso indebido de bienes y dineros ajenos en todos los niveles de las instituciones públicas y de lo reducido y limitado ante esas atrocidades, de un actuar con justicia y aplicar la ley como se debiera.
Lo triste en todo ello es que los guatemaltecos, al menos la mayoría, todavía no nos percatamos que el control y solución a todas esas anomalías, no es cosa que dependa del cielo o de los gringos o de extranjeros, sino de nosotros, los ciudadanos, de cumplir con el deber como tales y aunque en ese sentido las protestas y los reclamos han servido de algo, esos ejercicios resultan insuficientes para movilizar la conciencia nacional hacia una actuación contra todo ese mal actuar de autoridades y funcionarios. Peor aún, no se vislumbra la formidable organización social de oposición y cambio, que la situación política y publica está demandando, mucho menos un accionar, acciones que clamen y corrijan tales anomalías monstruosas, ridícula e insoportablemente dañinas para todos los grupos sociales, especialmente para los más necesitados.
Es pues más que evidente, que la situación política, de gobernar y de administrar justicia, está exigiendo un cambio radical en el actuar ciudadano, a fin de abordar esta cuestión con la mente, valor y decisión lo más abiertamente posible. No cabe esperar ante la situación que estamos viviendo, una solución que provenga de afuera, pues está no irá más allá de apoyo y nunca será de respuesta inequívoca ante los problemas que atravesamos. Esa espera no ha sido más que una falsa ilusión, que ha detenido el cambio obligado que deberíamos haber montado las anteriores generaciones. La solución correcta solo puede prevenir y descansa en la ciudadanía, en el ejercicio correcto de ésta.