Alfonso Mata

alfmata@hotmail.com

Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.

post author

Alfonso Mata

Si bien hasta el 86, lo que hacían y deshacían los gobiernos, legal e ilegalmente, lo amparaban siempre en la misma oración: “salvación del país ante amenaza comunista” luego de la firma de la paz y ya sin esa cantaleta, la forma de gobernar no cambió en lo absoluto. A partir de entonces, los militares decidieron dejar las riendas del gobierno (por favor no equivocar con el poder, este no lo cedieron) en manos de civiles, mejor dicho, de políticos poco o sin ansia alguna de realizar una liberación del régimen, sino más bien codiciando participar de prebendas dentro de él. Nada cambió desde entonces, solo algunas caras. En el nuevo orden del poder, el hombre fuerte sigue sin regirse por valores y mandatos constitucionales, sino por los intereses codiciosos de grupos que le subieron: narcotráfico, poderes financieros de siempre, militares. Cualquier otra fuerza, fue desplazada a un segundo plano y la participación estudiantil académica y de otro tipo social se extinguió y las dirigencias sindicales perdieron rumbo y se corrompieron. Los medios de información y comunicación, con raras excepciones, continuaron trabajando para el gobierno de turno y sus intereses y se estableció lo que llamo una dictadura democrática, con nuevas metas de enriquecimiento y las antiguas formas de presión política social, prácticamente desaparecieron.

Pero la sociedad si cambió. Las clases o grupos, como usted guste llamarles, en esos largos 35 años, al servir de carne de cañón a una y otra facción política en pugna, al final lo que lograron además de poner difuntos, fue una muerte de conciencia cívica. Esa lucha fratricida, eso no puede llamarse ni guerra ni conflicto armado interno, generó una sociedad cargada de heridas físicas, mentales y emocionales, que, tras el colapso social, entrevió al final una luz: la migración, como única legitimidad para hacer y mejorar su condición y la de los suyos, bajo un poco más de tolerancia y posibilidades. Pero eso también ha mantenido vivo al lado oscuro del viejo sistema político, que sigue acabando con el bien público y logrando que los principales actores del ejercicio del poder, satisfagan su voracidad de conseguir lo que no les pertenece, sin que el proceso de cambio político a través de las elecciones, acabe con injusticias e inequidades, más bien consolida la tiranía democrática.

Queda más que evidente, que, en este momento, ante el orden político que impera, y la forma de gobernanza que se tiene, no existe una amenaza capaz de derrocar al régimen injusto y antidemocrático impuesto; ni tampoco forma de hablar, pensar y estructurar, la “Unidad Nacional”. Bajo tales condiciones, la protesta aún no es capaz de ir más allá de su intención. No es capaz aún de romper la herencia de hacer gobierno de beneficio para unos pocos, a expensas de muchos. De romper la relación entre un proceso político como agente de destrucción y no renovación social. Aún estamos lejos de construir el derecho sobre el quehacer político; no en abstracto, sino en realidades.

Artículo anteriorEl fraile que incineró códices mayas y el científico que descifró la escritura maya
Artículo siguienteIniciativa 6076 y Decreto 39-2022 más parecen unas “güizachadas”