Alfonso Mata

alfmata@hotmail.com

Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.

post author

Alfonso Mata

En todos los frentes del hacer público, nos topamos con anomalías y corrupción. Los grupos y clases sociales de la sociedad guatemalteca, aumentan diferencias, discrepancias e inconformidades y el ambiente está cargado de violencia política, social y ambiental y propicio a algo más.

A más de 30 años de firma de la paz me pregunto con mucho desconcierto, al igual que muchos de mi generación, si no se está encubando otro nuevo conflicto interno. Al igual que hace más de cincuenta años, la indiferencia política y cívica es evidente, cosa que hace aún más posible los enfrentamientos. En esto la historia se repite, aunque no parece enseñarnos nada, pero sí muestra semejanzas y diferencias.

Primero que nada y al igual que en los sesenta, se profundizan las diferencias de grupos y clases. El enfrentamiento entre una potencia nueva relativamente y multinacional (el narcotráfico) y una cargada de injusticias (financiera y tradicional) abre brechas sociales y económicas. Esta es una guerra de poder, en la que ambas partes utilizan cuanta injusticia y trinquete son capaces de agenciar, para lograr objetivos financieros y obtener poder. Esos frentes aún no tratan de profundizar la derrota del uno al otro, de hecho, obran en mucho, sumando ventaja para ambos, pero también sacando raja de su adversario cuando se puede. Algunos dirían “Se tragan, pero no se digieren”. Pero en medio de eso, una clase media desaparece y se debilita; algunos pasan a la superior, otros descienden, otros se van del país; pero aparentemente el desequilibrio aún no se produce, como para hablar de enfrentamiento. Y la clase pobre: sobrevive resignada a una derrota incondicional, sin preocuparse ni ideal ni realmente, por un cambio de régimen, aunque si de lo local. Clase media y pobre “aguantan y pasan” el vendaval, sostenidos y alimentados por las remesas.

En medio de tal estado de cosas, bien cabe la pregunta: ¿Qué motivo nacional (conciencia cívica) cabe para ponerle fin, si no se percibe la situación como conflictiva, aunque si como mala? Como historia y experiencia, la población con sobrada razón, ya agarró enseñanza: no es suficiente que el presidente y sus achichincles sean derrocados (como Pérez Molina y Baldetti y sus secuaces). A decir verdad, todos ellos en estos momentos gozan de privilegios y lo seguirán gozando y los que se salvaron seguirán en las mismas. El cambio de personas no es la solución.

Volvamos la mirada a los guardianes de orden y democracia: el ejército, las fuerzas de seguridad. Fuera de sus dirigentes, que malamente se han enriquecido, la mayoría de sus integrantes son de las etnias y son los que siempre se han enfrentado y siempre terminaron poniendo muertos, fue el precio que pagaron por nada. El sacrificio realizado no tenía nada que ver con ellos más que de excusa. Al final, dirigentes griegos y troyanos enfrentados durante 35 años, ahora son los que detectan como amigos el poder y usurpan los bienes públicos.

Bajo ese escenario político-social me pregunto ¿Cómo pueden confiar y resolver esas clases o grupos sociales entre ellos cuando solo una tiene el medio y poder de todo? ¿Cómo se puede confiar en el grupo dirigente que predica el llamado a «democracia, justicia, equidad», de que «la libertad de expresión es sacrosanta», pero recurren a todo tipo de injusticias, censura y violencias, cuando se tocan sus perversos intereses? Ahí no cabe ni el diálogo ni la esperanza, solo un alza de violencia y enfrentamientos, que al final terminan en destrucción y dolor.

Artículo anteriorSigue la ola de calor en Francia, la peor de su historia
Artículo siguienteUrge la articulación de la sociedad